Sigo creyendo en el amor | A propósito del criminal discurso de odio en Davos

Ayer, mientras trabajaba en esta columna, recibí un llamado de mi querida amiga Isha Escribano. No tenía noticias de ella desde al año pasado, cuando fuimos juntas a ver un show de música. Nos pusimos al día. Hablamos de dónde había recibido el año cada una y me contó lo feliz que estaba porque se había reencontrado con mucha gente que no veía desde hace años y estaba aprovechando la tranquilidad de enero en Buenos Aires para escribir su nuevo libro, que la tiene muy comprometida. Me explicó que me contactaba porque hacía días, después del discurso del que estamos hablando todxs, había querido aportar su grano de arena desde el amor. La conozco y sé que no le gusta seguir alimentando el odio. Por ese motivo, había editado un reel para redes, donde me mencionaba y quería que yo lo viera antes de subirlo. Le contesté que no tenía que pedirme permiso, pero que le agradecía el gesto. Me envió el video, de todos modos, así que lo vi. Ahí estaba ella, en primer plano, hermosa, con su dulce voz contando una anécdota de esa última noche en que nos habíamos visto. Habíamos ido a ver a Pedro Aznar, una persona que queremos y admiramos mucho, que celebraba sus 50 años con la música. Estábamos en la salida del teatro y venía mucha gente a saludarme. Yo me abrazaba y me sacaba fotos, como siempre hago. Ella destacaba el amor con el que me saludaban y mencionaba que el gesto de conceder esas fotos y abrazos era maternal. También observaba cómo la gente que se acercaba provenía de diferentes clases sociales y tenían edades diferentes. No solo a mí, también a ella la buscaban. Isha recordaba puntualmente a un chico con su papá, que no tendría más de 18 años. Él le agradecía especialmente porque había meditado con ella durante toda la pandemia. Si bien varias personas le habían dicho algo similar, a ella le había impactado particularmente este chico por el amor que le había transmitido. Él temblaba y contaba Isha que después, mientras lo abrazaba, le preguntó por qué estaba así. Él le respondió que estaba muy feliz de verla y quería agradecerle. El padre asentía. Cuando se fueron, me miró a mí y me dijo: “¡Tanto daño al mundo no le hacemos!”. ¿Cuál es el virus que hay que erradicar?, se preguntó y yo me quedé pensando.
Cuánta sabiduría en estas palabras, es tan difícil mantener la calma ante discursos como el de Davos. Es imposible no pensar en la homofobia que manifiestan. La sola idea de que los gays que contraen matrimonio y tienen hijxs formando una familia son pedófilos es más que ofensiva y merece un repudio absoluto, no solo de la comunidad LGBTIQ+, sino de todas las personas que creen y respetan la democracia. Ni hablemos de los políticxs y de los sindicatos. ¿Alguien sabe dónde están? Lamentablemente, la mayoría de lxs diferentes dirigentes de todos los partidos hacen silencio olvidando, igual que nuestro presidente, que Argentina tiene una notable trayectoria en la lucha por los derechos humanos y que desde el final de la dictadura, se consolidó como un referente en toda América Latina y el mundo. Por eso, resulta incomprensible cuando el presidente de la Nación critica y desestima leyes que han sido pioneras en la región, como la Ley de Matrimonio Igualitario o la de Identidad de Género. ¡Y luego se erigen como defensores de la libertad!
Entiendo que es ingenuo apelar a su empatía o sensibilidad, luego de advertir en reiteradas ocasiones el modo en que el presidente se refiere a la comunidad LGBTIQ+ (y a tantos otros colectivos), pero no puedo dejar de intentarlo.
El presidente sigue tratando de imponernos ideas a través de datos falsos. La cantidad de imprecisiones evidencian las fakenews que sostienen sus discursos de odio. Volvió a hacer alusiónal caso de Imane Khelif, la boxeadora argelina que falsamente decían que era un hombre. Usted no puede y no debe hablar así en un foro internacional y mucho menos, a nivel personal: un presidente de nuestro país no puede utilizar ejemplos extremos infundados para descalificar a nadie.
Es preocupante observar a un líder político cuestionando las conquistas alcanzadas en más de 40 años de democracia en su país. Esto no fue un discurso más. Mientras consolida su poder, va corriendo los límites. Esta es la agenda del presidente y jefe de las fuerzas armadas de nuestra Nación. Comprendo las catarsis por redes sociales, pero no son suficientes: dejemos de quejarnos individualmente. Yo creo en la gente de mi país, me lo demuestran en las calles cada día. Podemos pensar distinto, tener diferentes religiones o sexualidad, pero no somos fascistas. Somos un pueblo que, a pesar de cualquier dificultad, abrazamos a las minorías y disidencias. Es hora de organizarnos y convocarnos colectivamente, porque la escala de violencia que estamos viendo no se compara con las que van a venir cuando vuelvan a ganar las elecciones.
El año pasado supe decir que lo único que podía salvarnos de los discursos de odio era el amor y hoy le sumo algo más: el amor, la empatía y el compromiso colectivo.
Antes de despedirme, me gustaría compartir algo con ustedes que escribieron mis amigos de Anfibia a modo de respuesta al mensaje de odio: “No es cáncer, es mi identidad. No es infección, es mi cuerpo. No es virus, es mi elección. No es pandemia, es mi planeta. No es epidemia, es democracia. No es horda, es racismo. No es mi wokismo, es su fascismo”.