Boca es una familia que se pelea en público | Opinión
En medio de una nueva crisis, de las tantas que ha atravesado en el último medio siglo, la gigantesca hinchada de San Lorenzo dio el sábado por la tarde, una conmovedora muestra de amor por sus colores. Arropó a su equipo que jugó casi todo el partido con Tigre con un hombre menos, alentó todo el tiempo y a la hora del triunfo, celebró al lado de sus jugadores el pase a los cuartos de final del Torneo Apertura. Los problemas que origina la confusa política del club quedaron de lado por noventa minutos. Nada fue más importante que San Lorenzo.
Horas más tarde, en la Bombonera pasó todo lo contrario. Una bola furiosa estalló en la cada vez más intolerante platea boquense y mientras los jugadores se preparaban para la definición por tiros desde el punto penal ante Lanús, de ese costado de la cancha bajaron gritos y estribillos contra la Comisión Directiva y el plantel. Ni siquiera la victoria desde los doce pasos calmó la bronca azul y oro. Los plateístas siguieron silbando y gritando que se vayan todos mientras desde la popular local, la barra cantaba y gesticulaba contra los plateístas. A veces, hasta gritaba “Dale Boca”. Penoso.
Aquello que pudo verse y oirse en el viejo estadio de la Ribera en la noche del sábado resultó un triste espectáculo. Tan triste como ver a una familia peleándose en público. El exitismo incontrolable de Boca ha derivado en un club recalentado por una interna que a su vez se va recalentando cada vez más con los malos resultados y las malas actuaciones. Y que concentra sus frustraciones desde luego que contra los jugadores. Pero parece que ahora también contra Juan Román Riquelme, el ídolo máximo y el presidente de un club que en los últimos tiempos ha desencontrado su rumbo futbolístico.
La herida de no haber podido jugar las dos últimas Copas Libertadores no se ha terminado de procesar. Y la platea preponderantemente macrista (la mayoría de los abonados a ese sector tiene una cercanía política en el club con el ex presidente Mauricio Macri) cree que la culpa de todo la tiene Riquelme. Desde ese sector bajan los gritos más hirientes y los insultos más pesados contra los jugadores. No se necesita demasiado para que eso suceda. Basta que pase media hora sin poder hacer un gol, sin dominar un partido o que el rival se ponga en ventaja para que el clima en la Bombonera se torne irrespirable.
Desde luego que Riquelme ha cometido errores en la conducción del fútbol de Boca. Peró hay mucho de odio de clase en las críticas que se escuchan. No se le disculpa que desde la humildad de un barrio de Don Torcuato, Román haya llegado a un sitio de privilegio como lo es la presidencia de uno de los clubes más importantes del mundo. El ídolo que condujo a Boca hacia algunos de los éxitos más grandes de su historia, ahora a algunos les genera odio. Un odio oscuro y viscoso. Un odio que ha convertido a la Bombonera, el templo mayor de la pasión xeneize, en una olla donde a fuego cada vez más alto, se cocinan los peores sentimientos. Nada bueno puede salir de allí.