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Un cuarto de siglo después reaparece Los cautivos



La breve vida de Esteban Echeverría, sus pasiones políticas y sexuales, sirven a Martín Kohan para mostrar de modo detallista la vacuidad de la dicotomía civilización y barbarie en la novela “Los cautivos” (Random House), que reaparece a 25 años de su primera publicación. Dialogamos con él.

Periodista: ¿“Los cautivos” es o no es una novela histórica?

Martín Kohan: En los años 90 se puso de moda la novela histórica. Ese género, de espectro muy amplio, abarcó de las características marcadas por la moda a “Yo el supremo” de Augusto Roa Bastos o “Ansay” de Martín Caparros. “Los cautivos”, sobre Esteban Echeverría, se publicó en la colección Narrativas Históricas de Sudamericana, donde antes había salido “El informe”, sobre San Martín. Libros que iban a contramano de la tendencia general por tener un registro paródico, irónico por momentos, frente a la convención “novela histórica” que busca señalar los grandes acontecimientos históricos, ser una continuación de los libros de historia por otros medios.

P.: ¿En esas obras decide escapan del mero dato histórico?

M.K.: En ese momento el interés se volcaba hacia los materiales históricos, pero edulcorándolos para hacerlos entretenidos. En eso había una doble reducción: se condenaba a la literatura a una función subalterna, a ser un ornamento del texto histórico, y había un cierto desprecio del relato histórico, que se consideraba tedioso. Se apostaba a revelar intimidades de las figuras históricas, y “Los cautivos” no las revelan. Las relaciones educativas y sexuales de Echeverría con Luciana, la hija del gaucho Maure, son completamente inventadas, y por eso conmovedoramente ciertas.

P.: ¿Hizo una ficción que parte de datos reales?

M.K.: La ficción histórica establece relaciones con la verdad distintas de la ficción pura y de la narración histórica. Cuando Echeverría se oculta de la persecución rosista en la pampa, espacio por excelencia de la barbarie, y escribe “El matadero”, el gran texto civilizado fundacional. Escribe en medio del desierto, rodeado de “bárbaros”, marrones, salvajes. Eso pudo haber ocurrido, y a la vez irradia pura ficción. Hay una única luz en la oscuridad, en el casco de Las Talas el letrado escribe, y la barbarie, curiosa, lo rodea, lo mira. La escena traspasa la ficción. El relato histórico se pone a funcionar desde ese otro orden, del sentido que aporta la ficción. Eso genera algo nuevo que no está ni en la ficción pura ni en el relato histórico.

P.: ¿Qué hace a la actualidad de una historia del siglo XIX, la grieta civilización y barbarie?

M.K.: Cuando la escribía pensaba en no quedar encasillado en dicotomías reductivas, esquemáticas, en dinamizar lo que aparecen como binarismos fijos, la tendencia a creer que las cosas tienen solo dos aspectos. Noé Jitrik muestra como la intención de Sarmiento de establecer la antinomia unívoca civilización y barbarie se le va desarmando dentro del “Facundo”. Si se pone a funcionar la dicotomía se puede ver donde empieza a fallar. En “Los cautivos” la mirada que se parodia no es la de la barbarie, es la del civilizado que pretende establecer civilización y barbarie.

P.: ¿Por qué la novela se divide en “Tierra adentro” y “El destierro”?

M.K.: Partí de los textos de Echeverría. Escribí la primera parte de la novela pensando en “El matadero”, y la segunda, en “La cautiva”. En “El matadero” la escritura que se dispone al repudio nauseoso del mundo popular a la vez genera en el narrador fascinación por los cuerpos, una atracción erótica que queda plasmada en el texto por sobre las intenciones del propio Echeverría. El cuerpo cubierto del civilizado y los desinhibidos de los gauchos y las chinas. En la historia de amor que invento, el civilizado atrae al bárbaro y el bárbaro atrae al civilizado. Hoy que, al decir de Sarmiento, la barbarie ocupa el poder, es increíble la manera que los perturba Lali Espósito, porque tiene una soltura, una intensidad, una carga de sensualidad ligada a lo que hoy llamamos cultura popular, que no es la del siglo XIX, que los enloquece, los pone violentos, no soportan la libertad de los cuerpos. Resonancias de la novela en el presente, donde el poder que habla de libertad de mercado se violenta ante la libertad de los cuerpos.

P.: Declaraciones como esa lo han hecho una figura pública…

M.K.: No me posiciono como figura pública, mi práctica es la docencia y la escritura. A veces en entrevistas o en notas sostengo cosas que tienen repercusión, pero no hay en ellas voluntad de establecerme públicamente.

P.: ¿Quiénes son los cautivos en su novela?

M.K.: Desde “La cautiva” de Echeverría a “El cautivo” o “Historia del guerrero y la cautiva” de Borges, se trata del que queda atrapado en el espacio del otro. Eso no ocurre en “Los cautivos”, donde todos están cautivos del espacio en que están. No se trata de haber sido llevado, arrastrado, ser víctima del malón, y quedar cautivo en un espacio que no es el propio. Es el intento buscado en “Los cautivos” de desestabilizar la dicotomía civilización y barbarie, a través del cautivo, el llevado, el encerrado., donde hay interacción, y la interacción modifica. En el siglo XIX la utopía iluminista era una interacción unidireccional: la civilización civilizaba a la barbarie, cosa que aparece parodiada en “Los cautivos”. Cuando Echeverría le enseña a leer y escribir a Luciana, civiliza al bárbaro. Pero como bien lo ve Sarmiento en “Facundo” la barbarie barbariza al civilizado, al punto que se desestabiliza la misma premisa de civilización y barbarie.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

M.K.: Entregué “La separación”, una novela sobre el amor y el desamor, que va a salir en Anagrama el año que viene. Y estoy revisando un libro de ensayos sobre las cosas de los argentinos, otra vez la mirada en él detalle, que acaso es mi marca de estilo, y reuniendo los textos que llevo escrito sobre Borges.





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