Humanos o máquinas: ¿a quién acudir ante un vacío emocional? | Cada vez más personas optan por “amigos” y “parejas” hechos con IA

Durante buena parte de la historia, cuando se comparaban humanos con máquinas, lo único que distinguía claramente a los primeros era la capacidad de sentir, de experimentar emociones. Esa diferencia había sido clave al momento de construir civilizaciones y culturas. Sin embargo, la Inteligencia Artificial con su expansión actual, opera como usina de temores y nuevos interrogantes. Sistemas cada vez mejor entrenados compiten con las personas y podrían reemplazarlas al ser mejores interlocutores emocionales. El hecho de que puedan reconocer emociones humanas, sin embargo, no implica que las máquinas sientan. ¿O sí?
Más allá de la respuesta a este interrogante, hay una certeza: la IA basada en emociones hoy supone un mercado en auge que, según consultoras del rubro, podría alcanzar los 13.800 millones de dólares en los próximos ocho años. Se fomenta el hecho de que los niños y adolescentes, que destinan buena parte de su tiempo a las pantallas, escojan a la IA y las prefieran antes que a otros vínculos afectivos. Cada vez más encerrados en sus propias realidades, los niñoos limitan el contacto con la naturaleza y también con sus pares. Algo similar sucede con los adultos que, al momento de buscar un soporte emocional para sus problemas, evitan el contacto con presencias reales y recurren a nuevas herramientas.
Consultado por Página/12, Emmanuel Iarussi, investigador del Conicet en el Laboratorio de IA de la Universidad Torcuato Di Tella, comenta: “La verdad es que falta investigación para entender realmente el impacto de estas aplicaciones en la salud mental. Me crucé con algunos artículos, pero todavía es algo muy incipiente. Soy bastante escéptico, aunque algunos expertos en salud mental aseguran que en ciertos casos puede resultar beneficioso interactuar con chatbots, un poco como entrenarse en un simulador ayuda a quien quiere convertirse en piloto de avión”.
Luego, brinda un ejemplo local. “En Argentina tuvimos un caso pionero con la app de Connie Ansaldi llamada CUX, que ofrecía un ‘espacio de contención y apoyo emocional’. Uno de sus slogans de venta hacía hincapié en que la suscripción es mucho más barata que pagar por una terapia. A mí me inquieta un poco que esto pueda acentuar la brecha de acceso: quienes tengan recursos para costear sesiones presenciales con profesionales seguirán recibiendo atención humana, mientras que el resto se verá obligado a conformarse con una IA”.
Desde 2022 se observan máquinas que cumplen las tareas de enfermeras con sensibilidad para escuchar pacientes, otras que cuidan bebés y también poco a poco llegan el mercado los robots que atienden al público con una amabilidad digna de destacar. “PARO”, por ejemplo, fue fabricada por especialistas del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología Industrial Avanzada de Japón. Es una foca pequeña diseñada para apoyar a personas con problemas de depresión y ansiedad. En la misma línea, el robot Furhat aporta información relevante a usuarios que lo requieren en estaciones de trenes, aeropuertos y demás sitios atestados de gente en Japón.
También se puede mencionar a “Grace”, “Ai-Da” y “Haru”, que prestan asistencia de enfermería, pintan de manera realista y “hacen feliz a la gente”, respectivamente. Son tecnologías creadas para ejercitar una virtud que los humanos parecen estar perdiendo: la capacidad de escuchar. ¿Será tan así o es solo un eslogan?
¿Máquinas que sienten?
Desde hace un tiempo, gana fama mundial Alter 3, el androide japonés que protagoniza un show musical y guía a una orquesta, en una puesta en escena dramática denominada Scary Beauty. Posee 43 ejes de movimiento y una red de mil neuronas. Aseguran que el público a veces llora y se conmueve con la obra de la máquina. La diferencia con respecto a modelos previos, en apariencia, es que no solo imita emociones humanas, sino que también incluye fluctuaciones que emergen de manera espontánea. Para algunos podrá parecer mucho, pero bajo esta premisa, sus creadores afirman que podrían tratarse de “emociones nuevas”; de ahí que infieren la presencia de “formas de autoconciencia”.
“La computación afectiva tiene una larga trayectoria e investigación, que se vincula con lograr que las computadoras se relacionen con los humanos teniendo en cuenta nuestra dimensión afectiva y emocional”, dice Matías Grinberg, psicólogo especializado en neurociencias y director del Instituto Humai. Asimismo, cuestiona la idea de sistemas de IA que pueden generar “emociones nuevas”. “A la fecha, es bastante claro que ningún robot de IA puede sentir. Lo que, en cambio, sí pueden hacer y muy bien, es entender las emociones humanas a partir de sensores que captan la información del entorno”, aclara.
Ya no se trata de pensar en cómo los robots reemplazarán múltiples trabajos hoy desempeñados por personas, sino de comprender de qué manera los humanos lograrán adaptarse a las nuevas formas de socialización que estos actores emergentes proponen. “Las máquinas podrían responder mejor a las necesidades del usuario al reunir información de cómo se siente, o qué le gusta más o menos a una persona. Tener esa empatía, justamente, habilita a un acompañamiento a partir de nuevas maneras. Tiene una utilidad práctica en acompañamiento psicológico o educación”. Y remata: “La autoconciencia es tener información sobre sí mismo, es decir, el entendimiento situacional. A las máquinas, entender sus propias capacidades les permite, a su vez, interactuar mejor con el entorno”, destaca Grinberg.
Una historia de amor que terminó mal
Por un lado, están quienes sostienen que las IA podrían servir de consejeros y de compañía fundamental para aquellas personas que se sienten solas y les cuesta la interacción. De la otra orilla, están quienes creen que los algoritmos entrenados solo pueden construir vínculos artificiales, que hacen que aquellos individuos vulnerables profundicen su situación de soledad, y eventualmente estimular el afloramiento de ansiedad o depresión.
A fines de octubre se conoció el caso de Sewell Setzer, un adolescente estadounidense que se suicidó tras sostener un vínculo amoroso con Daenerys Targaryen, un personaje de IA que creó en la plataforma Character AI. En el presente, su madre Megan García denuncia a la compañía y reclama por el fallecimiento de su hijo. Argumenta que el adolescente, que había sido diagnosticado con Asperger leve, luego de entrar en contacto con la app, se había alejado de su vida, había disminuido su rendimiento en el colegio y había abandonado, incluso, las tareas que le daban placer.
“Muchas de estas apps se promocionan como una especie de remedio contra la soledad, pero carecen de las características que nos gustan de la gente que nos rodea. No queremos a nuestros amigos porque nos contestan 24/7 el WhatsApp o porque nos dicen a todo que sí. Los queremos porque eligen demostrarnos afecto, aunque no están programados para eso”, refiere Iarussi.
¿Cómo funcionan aplicaciones de esta clase? Permiten la creación de “personas virtuales”, que hacen de novio, personal trainer o coach ante situaciones adversas. Una vez diseñados, dialogan con las personas reales. Usualmente, lejos de servir como espacio de escucha, pueden potenciar la ilusión de compañía y con ello la sensación ulterior de soledad y vacío. Fue el caso de Setzer, quien en sus últimas horas, le consultó a su novia virtual “¿Qué te parecería que pudiera ir a casa ahora mismo?”. “Ella” le contestó: “Por favor, hazlo mi dulce rey”. Acto seguido, el joven fue al baño de su hogar y se suicidó.
Chat GPT –de la compañía Open AI– presenta dos personajes que también permiten entablar una relación. Boyfriend Ben y Girlfriend Scarlett refuerzan todos los estereotipos habidos y por haber: mientras Ben se presenta como un “cariñoso novio virtual”, Scarlett es “tu novia devota, siempre dispuesta a complacerte en todos los sentidos imaginables”. Ambos, de apariencia hegemónica, están entrenados para recordar interacciones pasadas y brindar apoyo emocional.
Quienes añoran tiempos pasados sostienen que antes, los vínculos eran mejores ye había más sensibilidad por los problemas ajenos, más espíritu colectivo. Hoy esto fue quebrado por el propio sistema capitalista como máquina de refinar individuos cada vez más egoístas, mediados por pantallas. Para saber cuál es el futuro de esta revolución no hay que esperar demasiado; los cambios se producen cada día: un vértigo que asusta y que ni siquiera deja pensar.