Tiro Federal y la génesis de la euforia

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Luego del triunfo frente a Rada Tilly en definición desde el punto del penal, Tiro Federal regresó a la Categoría “A” luego de 17 años. Un camino que conoció facetas de diferentes colores, pero que tuvo en la perseverancia, la llave del festejo final.
El penal convertido por Juan Ignacio Macías para ganar 7-6 la Reválida ante Rada Tilly, fue la imagen definitiva de un recorrido que miró trazos de distintas tonalidades.
Porque Tiro Federal no es que despertó en el Zonal para ser finalista y ganarse el derecho a pelear por un ascenso frente al anteúltimo de la “A”. No, en absoluto. Se trata de apenas un tramo de la senda que lo depositó en la inolvidable algarabía.
Se puede suponer hasta que esta etapa se inició con la implementación del césped sintético y las obras consecuentes que embellecieron al club. Tampoco.
Por allí hasta se podría analizar que el arribo de Daniel Macías como entrenador y de Anastasio Nicolau como preparador físico, fueron motivos para que en 2025, el “albiceleste” se mida con los grandes del futbol comodorense. Negativo.
La memoria podría empezar a repasar y mencionar que la llegada de jugadores -atraídos por las nuevas instalaciones- potenció al plantel y se empezó a forjar el ascenso. Nones.
Y así. Cada motivo podría significar un sinfín de razones por las que Tiro Federal vivió un sábado feliz y cargado de emociones como nunca antes en los últimos 20 años.
Esos pequeños-grandes motivos, se reunieron para un todo que nació muy atrás en el tiempo.
En 2007 llegó el descenso junto a Argentinos Diadema y USMA. Y arrancó un tobogán que parecía no tener fin.
El punto neurálgico, la génesis, el origen de todo, se inició en lo grisáceo, en lo nublado, en la casi oscuridad de los baños destrozados del mítico salón del club Tiro Federal.
El decano del fútbol comodorense agonizaba a fines de la primera década del 2000.
Sí, todo nace cerquita del final de 2009 cuando Carlos Augustacci y Mónica Salinas fueron a ver cómo estaban los baños de ese legendario salón que conoció fiestas enormes y que reunió a gran parte de la sociedad mosconiana en los 60 y 70.
La tarea parecía sencilla. Sólo había que arreglar los baños. Pero resulta que esa misión generó todo el resto. El anhelo de superación se hizo bola de nieve y apenas se terminaba algo, ya se enfocaba en lo siguiente.
La parrilla. Un símbolo de unión para los argentinos también se erigió como un estandarte de la resurrección, de la vuelta. De ese gran desafío de recuperar a un club casi condenado a la desafiliación.
Baños y parrilla, pisos cerámicos, cemento, varillas de hierro, cal, arena, pedregullo, cerecita. Esos fueron los primeros refuerzos para volver a ser.
Indumentaria deportiva desalineada fue reemplazada por colores más celestes que nunca. No fue el verde esperanza, terminó siendo el celeste ilusión.
Ilusión por rendir homenaje a quienes dejaron la vida por el club. Por aquellos que entregaron sus últimas monedas para que la desafiliación no sea el fantasma de la desaparición.
El listado de lo que se pudo mejorar llenaría de caracteres estos párrafos. Entonces en el pecado de no olvidar nombres, lo certero pasa por entender que la fuerza del cariño no es sólo una frase y que se puede resumir en el latir de un par de corazones. El de Mónica y Carlos.
Ellos no hicieron goles, no patearon penales, no volaron de palo a palo. Fueron mucho más que eso tan maravilloso que entrega el fútbol.
En realidad, aún lo son: “El alma irrenunciable del decano del fútbol comodorense”.
El sábado se fueron abrazado, cuando ya no quedaba nadie en el Estadio Municipal. Solos. Como cuando entraron a los baños grises.