¿Éxito o espejismo? Las odiseas que el Gobierno prefiere disimular

Contexto
El escenario económico global atraviesa un momento de creciente incertidumbre. A pesar de ciertos signos de resiliencia en los Estados Unidos y Europa, los principales organismos multilaterales advierten sobre una probabilidad superior al 50% de recesión mundial para el segundo semestre de 2025. La caída de los precios de los commodities estratégicos, el endurecimiento monetario residual de los principales bancos centrales y la persistente fragilidad financiera en segmentos bancarios y de deuda soberana marcan un entorno internacional adverso para los países emergentes. Argentina, históricamente vulnerable a los shocks exógenos, se enfrenta a este contexto desde una situación interna particularmente delicada.
A nivel doméstico, la administración de Javier Milei intenta consolidar una narrativa de éxito basada en un ajuste fiscal profundo y una presunta recuperación de la actividad económica. El apoyo explícito de figuras clave del Fondo Monetario Internacional, como Kristalina Georgieva, quien incluso sugirió públicamente respaldar electoralmente al oficialismo, da cuenta de la sintonía entre el programa de gobierno y las exigencias de los acreedores externos.
Sin embargo, la realidad política interna parece mucho más compleja. La confianza en el Gobierno, medida por la Universidad Torcuato Di Tella, cayó por quinto mes consecutivo, alcanzando en abril su nivel más bajo en siete meses. La combinación de ajustes severos, percepciones de favoritismo en la asignación de créditos públicos-como el reciente caso de los préstamos del BICE a empresarios afines al oficialismo- y un creciente malestar social, reflejado en paros sectoriales y protestas, dibujan un horizonte político cargado de tensiones.
A ello se suma un episodio que ha encendido todas las alarmas: la misteriosa desaparición de las reservas de oro del Banco Central. Lingotes valuados en miles de millones de dólares fueron retirados en vuelos comerciales hacia destinos no aclarados oficialmente, presumiblemente Basilea o Londres. Más allá de las justificaciones técnicas sobre valuaciones contables, el hecho plantea serios interrogantes sobre la transparencia y la verdadera situación patrimonial de la entidad monetaria.
En este contexto -de fragilidad institucional, tensión política creciente y un mundo externo cada vez menos amigable-, los supuestos logros fiscales y económicos adquieren otra dimensión. No se trata de negar los avances en materia de superávit o cierta recuperación sectorial de corto plazo, sino de preguntarse cuánto de ese aparente éxito es sostenible y cuánto es un espejismo sostenido a fuerza de represión financiera, restante del cepo vigente, endeudamiento interno forzado y licuaciones transitorias.
Analizar la situación de la deuda pública en pesos y la vulnerabilidad cambiaria se vuelve, entonces, no solo un ejercicio técnico, sino una necesidad crítica para anticipar los riesgos latentes que amenazan con desestabilizar la economía argentina.
Entendemos que (desde su perspectiva) el gobierno exhibe, con razón, algunos avances en materia fiscal y de actividad económica. Sin embargo, un análisis académico más riguroso invita a relativizar la verdadera sostenibilidad de estos logros.
En primer lugar, el superávit fiscal primario obtenido hasta ahora ha descansado más en factores transitorios -como ingresos extraordinarios, subejecuciones presupuestarias y una licuación real del gasto producto del rezago inflacionario- que en reformas estructurales permanentes. El margen de maniobra para continuar ajustando el gasto es cada vez más estrecho, especialmente a medida que se consolida la recomposición de los haberes previsionales y de las transferencias sociales. Por el lado de los ingresos, la eliminación del impuesto PAIS y las menores retenciones, en un contexto de apreciación cambiaria, comprometieron la capacidad recaudatoria.
A su vez, el crecimiento de la actividad, aunque muestra signos de recuperación, se apoya en bases frágiles. La apreciación del tipo de cambio, impulsada como ancla antiinflacionaria, si bien favorece una baja transitoria en la inflación, erosiona la competitividad externa y posterga las decisiones de inversión exportadora. Además, varios sectores estratégicos, como la construcción, aún no logran recuperar los niveles de 2022-2023, lo que anticipa que la recuperación será parcial y heterogénea.
Más preocupante aún resulta el silencioso deterioro del mercado de deuda pública en pesos. El Tesoro Nacional enfrenta vencimientos crecientes de deuda doméstica a lo largo de 2025. De hecho, en la última licitación de títulos públicos, apenas logró renovar cerca del 70% de los vencimientos, quedando un 30% descubierto. Esta situación es más grave si se considera que una porción significativa de la renovación fue forzada a través de organismos públicos bajo la órbita del Ministerio de Economía.
Si este patrón se repite -o se agudiza- en los próximos meses, el gobierno podría verse obligado a pagar en efectivo una proporción cada vez mayor de los vencimientos. Esto implica inyectar una masa creciente de pesos al mercado, en un contexto donde el dólar oficial muestra un retraso estimado en torno al 25% respecto de su valor de equilibrio. Tampoco se puede contar con que los depósitos a plazo fijo en pesos se queden en los bancos, a medida que se acerquen las elecciones de medio termino. La combinación de pesos excedentes y tipo de cambio apreciado podría reactivar las presiones dolarizadoras, comprometiendo no solo la estabilidad cambiaria, sino también la dinámica de precios.
En suma, los números fiscales actuales lucen saludables solo mientras se mantenga la capacidad de refinanciar deuda en pesos en condiciones favorables. La incipiente dificultad para renovar el 100% de los vencimientos, aun coaccionando a organismos oficiales, debería ser una señal de alerta para los analistas y los hacedores de política.
La estabilidad actual es más frágil de lo que las cifras superficiales sugieren. Como enseña la teoría económica, los procesos de consolidación fiscal y estabilización monetaria solo son exitosos cuando logran fortalecer simultáneamente las expectativas de sostenibilidad de la deuda pública y la competitividad externa. Hoy, ambas variables muestran vulnerabilidades que no deben ser minimizadas.
En definitiva, la narrativa del éxito económico, sostenida en cifras parciales y sostenida a fuerza de represión financiera y apreciación cambiaria, oculta un dilema de fondo: no existe estabilización duradera sin credibilidad genuina ni capacidad de financiarse sin coerción.
El riesgo de una dinámica de “autosabotaje” es real: cada licitación que requiere la presión de organismos públicos para evitar el default doméstico mina la confianza de los inversores privados. Cada peso que no se logra renovar es un peso que puede terminar presionando sobre el mercado cambiario, en un contexto donde el tipo de cambio oficial arrastra un atraso cercano al 25% respecto de su valor de equilibrio.
Si el Tesoro no logra reconstruir su credibilidad -y no sólo comprar tiempo con superávits transitorios- el escenario de una salida desordenada no puede ser descartado. La historia económica argentina ofrece demasiados ejemplos de ciclos de entusiasmo seguidos por dolorosas correcciones abruptas.
El desafío real no es mostrar buenos números hoy, sino construir bases que eviten un colapso mañana. El tiempo corre. Y, en economía, los espejismos suelen terminar en pesadillas.
Director de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado en UBA y universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de seis libros.