Unión Europea: lo que falta para completar el proyecto

Para quienes nacimos hacia mediados de los años sesenta, en ese limbo entre los baby boomers y la generación X, la cuestión de una Europa unida es algo extremadamente significativo. Representa la misión, la oportunidad, el eje del cambio.
Es la primera generación verdaderamente posbélica cuyos padres, en promedio, nacieron durante los mismos años en que la Segunda Guerra Mundial hacía estragos; la generación que asumió el impulso hacia la promesa de un futuro mejor que desencadenó las revoluciones culturales del 68; la generación que vivió por última vez en un mundo totalmente analógico y luego abrazó con entusiasmo la revolución digital, una revolución que llegó a través de procesos culturales, de la generación beat, del ciberpunk, de los libros de William Gibson y Luther Blisset, de la ilusión de atestiguar una nueva herramienta capaz de hacer del mundo un lugar más cohesionado, más democrático, más participativo… una ilusión que luego se estrelló contra el estilo de vida estadounidense impregnado de dinero.
Cómo ha cambiado la visión de Europa
La Europa unida era la otra gran promesa, la otra gran visión que representaba el cambio para aquella generación. Viajar se hizo más fácil y más barato: la transición de la era del jet set a la era del low cost se produjo casi tan bruscamente como la transición entre los televisores de tubo de rayos catódicos y las pantallas planas de cristal líquido.
La promesa de un espacio de libertad parecía materializarse paso a paso. Empezando por el euro, con todos los sacrificios que conllevó la adhesión (pero que valieron la pena), y los acuerdos de Schengen que suprimieron las fronteras, demostrando que al final las naciones, a diferencia de las ciudades, no son entidades físicas sino totalmente arbitrarias. La unión para hacer del mundo un lugar mejor y para que Europa contara cada vez más globalmente.
Luego vinieron las ralentizaciones, las incertidumbres, el miedo de los gobiernos nacionales a perder poder y soberanía, la salida de Gran Bretaña, pero también demostraciones de fuerza como las de carácter financiero para soportar los grandes momentos de dificultad: las crisis económicas, la pandemia.
La pieza que falta
Lo que ha faltado y sigue faltando, sin embargo, es la culminación del proceso. Europa, en su sentido económico, político y social, aún no está totalmente unida. Se han dado muchos pasos adelante, sobre todo en materia económica y financiera, pero aún falta un verdadero mercado único, la armonización de los sistemas fiscales y burocráticos. Por supuesto, ahora está la posibilidad de viajar por (casi) toda Europa con una moneda única y sin tener que preocuparse por los costos de roaming de los teléfonos celulares, pero una empresa que quiera hacerse europea sigue teniendo que lidiar con diferentes sistemas fiscales y burocráticos, lo que hace que su capacidad de crecer y expandirse sea más compleja que, por ejemplo, en China o Estados Unidos.
Hoy, esta incompletitud emerge de forma disruptiva con las presiones procedentes de los llamados aliados, que en su nueva configuración optan por atacar los principios básicos sobre los que descansa el proyecto europeo y lo hacen sin gran temor, ni siquiera sin gran respeto por la historia que los ha visto desempeñar un papel protagonista en el sostenimiento de Europa en tiempos de conflicto y de crisis. Y las presiones que vienen de los enemigos que Europa desgraciadamente todavía tiene a sus puertas y que han abandonado toda razón superior, todo deseo de colaboración y de apoyo mutuo para abrazar la expansión armada, la conquista militar, la guerra.
La Europa unida es hija de la guerra, de la necesidad visceral de crear todas las condiciones posibles para que el horror de la guerra no vuelva a repetirse. Unir Europa es la idea que al final de la Segunda Guerra Mundial parecía la mejor posible para evitar que una catástrofe como aquella volviera a repetirse: unamos a los pueblos, hagamos que todos se sientan unidos bajo las mismas banderas, bajo los mismos sueños, ambiciones, oportunidades; creemos una entidad en la que todos puedan reconocerse y evitaremos que la semilla de la discordia vuelva a germinar.