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Día Mundial de la Libertad de Prensa: historias de América Latina que no deben olvidarse



En el Día Mundial de la Libertad de Prensa, recordamos a nueve periodistas que pagaron con su vida el compromiso con la verdad. Desde Rodolfo Walsh hasta Carlos Lajud Catalán, sus historias resuenan como un grito contra la censura y la impunidad.

En cada rincón del mundo, el periodismo es un faro que ilumina las sombras del poder, pero también un oficio que se paga con sangre. El Día Mundial de la Libertad de Prensa, celebrado cada 3 de mayo, no solo exalta la valentía de quienes buscan la verdad, sino que nos confronta con el costo de su lucha. En América Latina y Estados Unidos, nombres como Rodolfo Walsh, Javier Valdez o Guillermo Cano Isaza se erigen como símbolos de resistencia, pero también como recordatorios de la fragilidad de la libertad de expresión. Esta crónica recorre la vida y el sacrificio de nueve periodistas que, con su pluma y su coraje, desafiaron a los poderosos y fueron silenciados. Sus historias, marcadas por la violencia y la injusticia, nos invitan a reflexionar sobre el precio de la verdad en un mundo que aún castiga a quienes la defienden.

Rodolfo Walsh (Argentina)

En las calles de Buenos Aires, Rodolfo Walsh era más que un periodista: era un revolucionario de la palabra. Nacido en 1927 en Lamarque, Río Negro, Walsh combinó literatura y periodismo en obras como Operación Masacre, considerada la primera novela de no ficción, que denunció los fusilamientos de 1956 durante la dictadura de Aramburu. Fundador de la agencia Prensa Latina en Cuba y militante de Montoneros, Walsh desafió la censura con la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA) durante la dictadura militar argentina. El 25 de marzo de 1977, tras enviar su Carta Abierta a la Junta Militar —un texto que desnudó la represión y la miseria planificada—, fue emboscado por un grupo de tareas de la ESMA. Acribillado en San Cristóbal, su cuerpo fue llevado a la ESMA y nunca apareció. Su legado sigue vivo, como un eco de resistencia contra el silencio impuesto.

José Luis Cabezas (Argentina)

José Luis Cabezas era un fotógrafo que capturaba verdades incómodas. Nacido en 1961 en Buenos Aires, trabajaba para la revista Noticias cuando, en 1997, su lente destapó el poder de Alfredo Yabrán, un empresario vinculado a la mafia y al gobierno de Carlos Menem. Sus fotos de Yabrán en Pinamar desataron una cacería. El 25 de enero de 1997, Cabezas fue secuestrado tras cubrir un evento en la costa argentina. Torturado, baleado y quemado, su cuerpo apareció en una cava de General Madariaga. El crimen, ejecutado por una banda de ex policías y sicarios, conmocionó al país y marcó un punto de inflexión en la lucha por la libertad de prensa. “No se metan con Cabezas”, se convirtió en un grito colectivo contra la impunidad.

Javier Valdez (México)

En las tierras ardientes de Sinaloa, Javier Valdez narraba la vida bajo el yugo del narcotráfico. Nacido en 1967 en Culiacán, Sinaloa, fundó Ríodoce, un semanario que exponía la corrupción y la violencia del crimen organizado. Autor de libros como Narcoperiodismo, Valdez era un cronista valiente que daba voz a las víctimas. El 15 de mayo de 2017, en Culiacán, fue asesinado a balazos en plena calle, a metros de su redacción. Doce disparos silenciaron su pluma, pero no su mensaje. Su muerte, atribuida al Cártel de Sinaloa, reflejó la vulnerabilidad de los periodistas en México, donde el periodismo es una profesión de alto riesgo. Valdez sigue siendo un faro para quienes se niegan a callar.

Guillermo Cano Isaza (Colombia)

Guillermo Cano Isaza era la voz incorruptible de El Espectador. Nacido en 1925 en Bogotá, este periodista colombiano dedicó su vida a combatir el narcotráfico y la corrupción. Sus editoriales contra Pablo Escobar y el Cártel de Medellín lo convirtieron en un blanco. El 17 de diciembre de 1986, al salir de su oficina en Bogotá, fue acribillado por sicarios en su vehículo. El crimen, ordenado por Escobar, buscaba apagar una verdad que quemaba. Cano, cuyo nombre hoy lleva el Premio Mundial de Libertad de Prensa de la UNESCO, dejó un legado de lucha por la democracia y la justicia. Su muerte marcó una era de violencia contra la prensa en Colombia.

Rubén Salazar (Estados Unidos)

Rubén Salazar, nacido el 3 de marzo de 1928 en Ciudad Juárez, Chihuahua, México, fue un pionero del periodismo chicano en Estados Unidos. Desde Los Ángeles, donde trabajaba para el Los Angeles Times y KMEX-TV, denunciaba la discriminación contra la comunidad mexicano-estadounidense. El 29 de agosto de 1970, durante la Marcha de la Moratoria Chicana contra la guerra de Vietnam, Salazar cubría la protesta cuando fue asesinado por un proyectil de gas lacrimógeno disparado por un alguacil. La muerte, en un bar donde se refugió, fue catalogada como “accidental”, pero muchos la consideran un asesinato político. Salazar sigue siendo un ícono de la lucha por los derechos civiles.

Manuel Buendía (México)

Manuel Buendía, el columnista más influyente de México en los años 80, nació en 1926 en Zitácuaro, Michoacán. Su columna Red Privada en Excélsior destapaba nexos entre el narcotráfico, el gobierno y la policía. Investigador incansable, Buendía era un peligro para los poderosos. El 30 de mayo de 1984, al salir de su oficina en Ciudad de México, fue baleado por un agente de la Dirección Federal de Seguridad, presuntamente bajo órdenes de José Antonio Zorrilla, jefe de la agencia. El crimen, ejecutado en plena luz del día, expuso la colusión entre el Estado y el crimen organizado. Buendía dejó un vacío que aún resuena en el periodismo mexicano.

Bárbara D’Achille (Perú)

Bárbara D’Achille, nacida el 3 de marzo de 1941 en Dobele, Letonia, fue una periodista y ecologista que abrazó el Perú como su hogar. Su familia huyó de Letonia a Suecia durante la Segunda Guerra Mundial debido a la ocupación nazi, y posteriormente se trasladó a Argentina (Córdoba), donde Bárbara estudió hasta obtener el bachillerato. Tras casarse con Maurizio D’Achille, un agrónomo italiano, adoptó la nacionalidad italiana y llegó a Perú en 1961. Desde El Comercio, sus crónicas sobre la biodiversidad y la conservación, premiadas con el Premio María Koepcke en 1986, denunciaban la destrucción de ecosistemas. El 31 de mayo de 1989, mientras investigaba un proyecto de camélidos sudamericanos en Huancavelica, su vehículo fue interceptado por Sendero Luminoso. Negándose a realizar una entrevista política, fue asesinada a pedradas junto al ingeniero Esteban Bohórquez, quien murió por disparos. Su legado vive en la Reserva Nacional Pampa Galeras-Bárbara D’Achille y en el loro amazónico Nannopsittaca dachilleae.

Luis Espinal Camps (Bolivia)

Luis Espinal Camps, nacido en 1932 en Manresa, España, y nacionalizado boliviano, era un jesuita y periodista que abrazó Bolivia como su hogar. Director del semanario Aquí, denunciaba las injusticias de las dictaduras militares. Su voz, cargada de fe y compromiso, era un peligro para el régimen. El 21 de marzo de 1980, fue secuestrado, torturado y asesinado por paramilitares del Ministerio del Interior. Su cuerpo, con 17 balazos, fue hallado en un camino de La Paz. Espinal, incluido en una lista de “enemigos” del golpe de 1980, es un mártir del periodismo y la resistencia boliviana.

Carlos Lajud Catalán (Colombia)

Carlos Lajud Catalán, nacido alrededor de 1951 en El Carmen de Bolívar, Colombia, fue una voz implacable contra la corrupción en Barranquilla. Inició su carrera como editor deportivo en Diario del Caribe y luego se consolidó en Emisora ABC, donde su programa “Minutos de Civismo” destapaba irregularidades políticas, especialmente contra el exalcalde Bernardo Hoyos. Sus denuncias, cargadas de ironía, provocaron protestas y amenazas, pero Lajud las desafió con irreverencia. El 19 de abril de 1993, mientras caminaba hacia la emisora, fue asesinado a balazos por dos sicarios en moto, quienes robaron su maletín con pruebas periodísticas. Aunque tres responsables materiales fueron condenados, fueron absueltos en 2003, y el caso prescribió en 2019, quedando en la impunidad. Lajud, con su micrófono como arma, sigue siendo un símbolo de la lucha contra el silencio en Colombia.

En el Día Mundial de la Libertad de Prensa, estas nueve historias nos estremecen. Rodolfo Walsh, con su pluma desafiante; José Luis Cabezas, con su lente indiscreto; Javier Valdez, con sus crónicas del narco; y todos los demás nos recuerdan que el periodismo es un acto de coraje frente al poder. Sus muertes —por balas, torturas o silencios cómplices— son cicatrices en la democracia. Pero sus legados, como antorchas en la penumbra, nos urgen a defender la verdad, a resistir el miedo, a no callar nunca.

La libertad de prensa es un pilar frágil pero irrenunciable. Mientras los poderosos teman a la palabra y la imagen, el sacrificio de estos periodistas no será en vano. Que sus nombres —Walsh, Cabezas, Valdez, Cano, Salazar, Buendía, D’Achille, Espinal, Lajud— sean un pacto: seguir informando, seguir luchando. Porque en cada línea escrita, en cada voz alzada, palpita el corazón de la libertad.





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