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fascinó tanto a la izquierda como a la derecha



Los recuerdos y apologías que en estas horas se están haciendo sobre José “Pepe” Mujica, el fallecido ex presidente uruguayo, hacen el recuento de sus virtudes y defectos en su larga y accidentada vida. Guerrillero, militante, político carismático, pacifista tras 12 años de cautiverio en un pozo, cultor de la austeridad, crítico de la sociedad de consumo, filósofo popular.

Pero, visto desde esta parte del mundo, hay una faceta que no se puede obviar: Mujica ha sido uno de los políticos extranjeros más populares de la Argentina. Pertenece a esa categoría de dirigentes con los que (casi) todos los políticos argentinos quieren llevarse bien y, de ser posible, compartir una foto.

Basta ver las reacciones luego de conocerse la noticia de su fallecimiento. Lo reconocieron desde Cristina Kirchner hasta Mauricio Macri, pasando por Alberto Fernández, Juan Grabois y Lilita Carrió.

Políticos, intelectuales y economistas de todas las tendencias, cada uno rescató algo de Mujica: para los antikirchneristas, ejemplo de honradez -y, como corolario, lo opuesto a los acusados de corrupción en Argentina-; para otros, personificación de la sensatez y del rechazo al fanatismo; para la izquierda, el ejemplo de una vida dedicada a la militancia; para casi todos, coherencia en su prédica de una vida austera y de búsqueda de felicidad en la sencillez cotidiana.

Y, por cierto, nadie olvida que, pese a su declarado ateísmo, mantuvo excelentes relaciones con el Papa Francisco, quien lo recibió en el Vaticano y le dedicó el doble de tiempo que al entonces presidente Macri. Fiel a su particular estilo, Mujica lo definió como “un Papa con boliche”.

La fascinación de un personaje carismático

¿Cómo fue que Mujica llegó a esos niveles de unanimidad en Argentina? Hasta ese momento, ningún político uruguayo lo había logrado. Muy pocos eran conocidos a nivel masivo: Julio Sanguinetti, por ser el primer presidente democrático -y, además, un intelectual activo en diarios argentinos que no dudaba en opinar de temas locales-. También Jorge Batlle, pero sobre todo por el recordado incidente del “micrófono abierto” en la entrevista de Bloomberg, cuando afirmó que “los argentinos son una manga de chorros, del primero al último”. Y, para la izquierda, fue importante Tabaré Vázquez, el primer presidente de izquierda.

Sin embargo, la popularidad de Mujica superó a todos. Como prueba de ello, es el único político uruguayo de toda la historia que ha sido imitado por actores televisivos y dibujado en caricaturas políticas en los medios argentinos. Una imitación sólo tiene sentido, se sabe, cuando el espectador conoce al personaje original y puede comparar.

Cuando en Uruguay se empezaba a especular con su candidatura, Mujica ocupaba el cargo de ministro de Ganadería y Agricultura. El presidente era Vázquez y estaba duramente enfrentado a Néstor Kirchner por el diferendo de la planta de celulosa de Botnia sobre el río Uruguay.

Esta situación hacía que la figura de Vázquez despertara controversias. Mujica, en cambio, generó simpatía desde sus primeras apariciones en los medios argentinos, cuando lo consultaban para pedirle su opinión respecto del conflicto entre Cristina Kirchner y los productores sojeros.

“Tienen que quererse un poco más entre ustedes”, recomendaba con tono campechano el entonces candidato del Frente Amplio. Corría el año 2008 y el público argentino quedó impactado por su imagen, su particular vocabulario, su desparpajo en el discurso. Y rápidamente trascendieron los detalles sobre su ajetreada biografía.

Guiños a izquierda y derecha

La izquierda celebró su llegada como parte de la nueva ola política latinoamericana. Para el kirchnerismo, era la posibilidad de tener un presidente de cierta afinidad ideológica pero sin el lastre de la pelea binacional que había afectado a Vázquez. Y para la centro-derecha, Mujica representaba la sensatez de alguien que, tras su pasado guerrillero, había sido capaz de reconvertirse y forjar la unidad nacional.

Por otra parte, su célebre austeridad y desprendimiento material resultó una materia fascinante, sobre todo porque siempre quedaba flotando en el aire la comparación con el estilo ostentoso del kirchnerismo.

Entre las noticias de mayor impacto figuraron la renuncia a vivir en la residencia presidencial y la permanencia en la chacra, así su donación del salario presidencial para una obra benéfica. También las fotos y videos de Mujica bajándose de su célebre VW Fusca y saludando tranquilamente a los ciudadanos que se le acercaban. Incluso la célebre imagen de sus ojotas durante el acto de recambio ministerial.

Mujica supo mantenerse equidistante en la “grieta” política argentina. Cuando en 2010 se hicieron los festejos por el Bicentenario, los Kirchner habían boicoteado el acto de reinauguración del Teatro Colón, que el entonces jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, había remodelado. Pese a las presiones, Mujica aceptó el convite de Macri, que nunca olvidó el gesto y siempre lo trató con respeto -de hecho, le dedicó un mensaje en las redes sociales.

Con Cristina, una relación de elogios y peleas

El mandato de Mujica -entre 2010 y 2015- coincidió con la gestión de Cristina Kirchner, con quien tuvo una relación que combinó peleas y gestos de amistad. En teoría, ambos compartían una sintonía ideológica, pero eso no impedía que ambos mantuvieran políticas opuestas en varios campos, e incluso chocaran en las negociaciones del Mercosur.

Así, los anti kirchneristas recordaban que Mujica no veía contradicción entre ser de izquierda y abrir la economía a las inversiones extranjeras. Y, por cierto, que no aplicaba retenciones a la exportación del campo ni subsidiaba tarifas de servicios públicos.

El kirchnerismo celebró sus políticas sociales progresistas, que incluyeron la legalización de la marihuana, el reparto gratuito de computadoras en escuelas, la ampliación de planes de asistencia social o los esfuerzos por esclarecer episodios de violación a los derechos humanos en la dictadura militar.

Como presidentes, Mujica y Cristina compartieron palco en varias oportunidades, a veces para anunciar obras que no llegaron a realizarse, como el ferrocarril que uniría a ambos países cruzando el río Uruguay.

Y estuvo, claro, el episodio del “micrófono abierto”, que inmortalizó la frase “esta vieja es peor que el tuerto” -en alusión a la terquedad de Cristina respecto de la mayor disposición dialoguista de Néstor Kirchner.

Pero incluso en semejante trance su imagen no tuvo mella. Por parte de la oposición, porque la crítica a Cristina fue celebrada como una verdad que pocos se hubieran animado a pronunciar de manera tan explícita. Y dentro del propio kirchnerismo, porque si de algo se ha jactado la ex presidenta es de su condición de “terca”. De manera que en los medios oficialistas se trató el calificativo casi como de un elogio involuntario hacia Cristina.

Críticas a los “cagadores” de ambas orillas

Ya como ex presidente, Mujica se transformó en una figura frecuentemente consultada por políticos y medios internacionales. Uno de los síntomas más elocuentes sobre el prestigio que tenía entre el público argentino lo dio Alberto Fernández. Fue la primera foto que buscó como candidato del Frente de Todos, e incluso lo invitó a compartir escenario en actos de campaña.

Y también fue su primera visita ya como presidente electo. Era un momento complicado para la izquierda latinoamericana, y Fernández quería dar la imagen de que su política exterior estaría más cerca de la moderación de Mujica que de la violencia que mostraba el régimen chavista de Venezuela.

Mujica le dio una alegría a Fernández cuando criticó la política de Luis Lacalle Pou, el presidente liberal que asumió en 2020. Con el atractivo de las exenciones impositivas, Lacalle pretendía atraer la radicación de argentinos de alto poder adquisitivo -se llegó a hablar de hasta 100.000 personas-. Fue una iniciativa que el recién asumido Fernández recibió con malestar, porque lo asimilaba como una incitación a la evasión fiscal.

Esa política fue criticada por Mujica, quien le reprochó a Lacalle Pou la intención de “ir a buscar cagadores a Argentina”, cuando Uruguay también tenía una gran masa de capitales propios que se iban a buscar refugio a paraísos fiscales.

Desde Argentina, no todos interpretaron bien lo que había querido decir Mujica -cuya frase estaba en realidad dirigida a la interna política uruguaya- y lo tomaron como una descalificación general para todos los inversores argentinos. Por caso, hubo un editorial del diario Clarín, titulado “¿De qué cagadores habla Mujica?”, donde se recordaba que en 2011, cuando era presidente, Mujica pedía a los argentinos que fueran a invertir en Uruguay. 

La nota argumentaba: “Uruguay ha sido un paraíso para el lavado de plata argentina. Casi sin controles y con un sistema financiero semejante a una pista de aterrizaje que estaba a tiro y que dejó de estarlo por presiones internacionales”.

De todas formas, Mujica volvió a darle motivos de celebración a la derecha argentina. La última de ellas, con su crítica a Cristina Kirchner por “negarse a largar el pastel” y abrirles paso a las nuevas generaciones.

Pero lo cierto es que, más allá de las inevitables polémicas que generaba el estilo “sin filtro” de Mujica, el espectro político argentino siempre tendió a resaltar más sus virtudes que sus defectos.

La única excepción, hasta ahora, ha sido la de Javier Milei. Desde ya, debe resultar difícil para el libertario tener palabras de elogio para alguien como Mujica. Sin embargo, el silencio oficial, tratándose de Milei, también da la pauta de que primó un sentido del respeto.



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