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Atahualpa Yupanqui: El eco inmortal del alma criolla



En el 33° aniversario de su partida, recordamos a Atahualpa Yupanqui, el poeta, músico y narrador que llevó el alma del folklore argentino al mundo, con un legado que resuena en cada rincón de nuestra tierra.

El 23 de mayo de 1992, en Nimes, Francia, se apagó la voz de Atahualpa Yupanqui, pero su música, sus versos y su espíritu siguen vibrando en la memoria colectiva de Argentina. Héctor Roberto Chavero, nacido en 1908 en Campo Cruz, Pergamino, se convirtió en el “padre del folklore”, un trovador que narró con sencillez y profundidad las historias del hombre de campo, del indígena, del marginado. Hoy, en un nuevo aniversario de su fallecimiento, su obra permanece como un faro que ilumina nuestra identidad.

Raíces que forjaron una leyenda

Nacido en el seno de una familia humilde, con un padre santiagueño de raíces quechuas y una madre de ascendencia vasca, Atahualpa creció en Agustín Roca, Junín, antes de que su familia se trasladara a Tucumán en 1917. Aquella tierra norteña, con sus paisajes y sonidos, marcó su alma para siempre. A los 19 años compuso “Camino del indio”, una zamba que ya anticipaba su capacidad para capturar la esencia del hombre en la naturaleza. Su infancia no fue fácil, pero la música le abrió un mundo: aprendió violín con un sacerdote y luego se perfeccionó en guitarra con Bautista Almirón, cabalgando 16 kilómetros para recibir sus clases. Ese esfuerzo, esa conexión con la tierra, se reflejaría en clásicos inmortales como “Piedra y camino”, “El arriero” y “Luna tucumana”.

Un trovador comprometido

Yupanqui no solo fue un músico exquisito; fue un militante del pueblo. En la década de 1940, su adhesión al Partido Comunista lo llevó a sufrir persecución, encarcelamiento y torturas durante el primer peronismo. Entre 1945 y 1955, enfrentó incluso intentos de asesinato. Sin embargo, su voz nunca se silenció. Renunció al partido en 1952, desencantado tras un viaje por la Europa del Este, pero su compromiso con los marginados y su crítica al imperialismo siguieron resonando en canciones como “Basta ya” o “Duerme negrito”, esta última una recopilación que hizo suya con maestría.

El encuentro con Edith Piaf: Un hito en París

En 1950, Atahualpa llegó a París, invitado por intelectuales como Louis Aragon y Paul Eluard. Allí, en el verano boreal, ocurrió un encuentro que marcaría su carrera internacional: Edith Piaf, la gran diva francesa, lo descubrió y lo invitó a compartir escenario. Aquella noche, Piaf abrió con 23 canciones, ovacionada por un público burgués, y presentó con entusiasmo a Yupanqui, quien cerró con una decena de temas, incluyendo “Basta ya”. Según el historiador Sergio Pujol, Piaf cedió toda la recaudación de ese concierto al argentino, un gesto que habla de su admiración por el trovador. Este hito, publicitado con afiches por todo París, abrió las puertas de Europa a Yupanqui, consolidando su camino internacional.

Nenette: La compañera del alma

En 1942, en Tucumán, Atahualpa conoció a Antoinette Paule Pepin Fitzpatrick, conocida como Nenette o Pablo del Cerro, una pianista francesa formada en Argentina. Juntos, formaron un dúo inseparable, no solo en la vida —estuvieron casados 48 años—, sino también en la creación artística. Nenette coescribió 65 canciones, entre ellas “El arriero” y “Luna tucumana”, piezas que hoy son emblemas del folklore argentino. Su hogar en Cerro Colorado, Córdoba, se convirtió en un refugio donde Atahualpa componía y descansaba tras sus giras. Allí, bajo un roble, descansan hoy las cenizas de ambos, junto a las de Santiago Ayala, “El Chúcaro”.

Un legado que trasciende fronteras

La década de 1960 marcó la consolidación de Yupanqui en el mundo. Recorrió Colombia, Japón, Marruecos, Egipto, Israel, España y Francia, donde finalmente se estableció. Su obra, que suma más de 1.200 canciones grabadas y 325 composiciones propias, le valió reconocimientos como el Premio Charles Cross (1950, 1968, 1969), el Disco de Oro (1973), el Premio Konex de Platino (1985) y el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Córdoba (1990). En Argentina, el escenario principal del Festival de Cosquín lleva su nombre desde 1972, un homenaje a su rol como embajador del folklore.

La voz de los humildes

Atahualpa Yupanqui no solo cantó; narró la vida del trabajador, del criollo, del indígena. Su música, impregnada de la simplicidad de la guitarra y el bombo, combinada con su admiración por la música clásica, creó un estilo único. Canciones como “Los ejes de mi carreta” o “Coplas del payador perseguido” son retratos de un pueblo que lucha y sueña. Como dijo su hijo, Koya Chavero, en un homenaje: “Su obra es un candil que alumbra el camino de la humanidad”. Atahualpa mismo lo expresó con claridad: “Si mis canciones pueden ayudar a destruir el egoísmo, me doy por satisfecho”.

Un adiós en Cerro Colorado

El 23 de mayo de 1992, a los 84 años, Atahualpa Yupanqui dejó este mundo en Nimes, Francia, tras un último concierto en Zúrich. Sus cenizas regresaron a Cerro Colorado, donde hoy la Fundación Yupanqui preserva su legado. En su Casa Museo, sus libros, ponchos y puñales conviven con el cariño del público que aún lo venera. Don Ata, como lo llamaban, no solo fue un músico; fue un antropólogo de la canción, un poeta que dio voz a los silenciados y llevó el alma argentina al mundo.

 





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