¿Acaso no son buenas noticias? | A propósito de la preocupación de Javier Milei por la baja en la tasa de natalidad

La semana pasada hice una entrevista para un diario del interior y una de las preguntas que me hicieron me dejó pensando: ¿querés volver a ser mamá? Hacía mucho que en una nota no indagaban sobre este tema. Cuando recién nacieron mis hijos, era bastante recurrente. Por un tiempo, fantaseé con esa posibilidad, pero hoy la veo muy lejana. Traigo la cuestión a estas páginas porque se da la coincidencia de que esta semana, el tema de la maternidad estuvo en boca de varios.
Como de tantos otros asuntos que desconoce, se expresó el presidente de la nación y nos dejó una perlita muy interesante para desarrollar. Habló en uno de los tantos foros a los que tiene la costumbre de asistir y dijo, refiriéndose a la baja de la tasa de natalidad el país, que el feminismo ahora se está dando cuenta de que “se les pasó la mano en atacar a la familia, en atacar a las dos vidas”. Según él, estaríamos pagando la ley del aborto con caídas en la tasa de natalidad.
Cada vez que esta gestión habla sobre la familia, me genera confusión. Me sorprende esta defensa tan combativa de un gobierno fundado por alguien que no tiene hijos ni familia “tipo”. No digo con esto que no pueda opinar; solo me llama la atención el interés en un tema que, a nivel personal, pareciera que no es tema.
Lo primero que podemos responderle al presidente es lo que cualquiera, con un poco de ganas de informarse, puede chequear: la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo se aprueba a fines de 2020 y el declive de la tasa de natalidad comienza en 2014. Este dato solo, creo que ya alcanza para desbaratar la correlación que intenta imponer el presidente. No hay ninguna evidencia que nos muestre la interrupción voluntaria del embarazo como causa única y central del derrumbe de la natalidad.
Por otra parte, pensar que la baja natalidad es un problema de Argentina es como mirarse el ombligo. Ya muchos se encargaron de señalar que es un problema a nivel global. Lo llamativo de esto y, no menos importante, es que las tasas más bajas de natalidad las presentan los países más desarrollados, en los que los procesos de envejecimiento son más largos.
La escuchaba hace unos días a María Puglia, directora del área de Géneros de la organización Fundar, explicar que la caída de la tasa de natalidad es un gran indicador de desarrollo, porque lo que correlaciona negativamente con una natalidad alta es el nivel educativo de la población. Los datos muestran que a medida que una sociedad crece y aumenta el nivel de instrucción de sus ciudadanxs, se derrumba la tasa de natalidad.
Hay otro factor más, que señala Puglia, y es que debemos ver al fenómeno como multicausal. No se puede adjudicar la causa de todo a un factor exclusivo. En cambio, podemos encontrar datos importantes que reflejan estadísticas. Así como se interrelacionan un mayor nivel educativo con una baja en la tasa de natalidad, también es clave el hecho de que, a fines del siglo XX, las mujeres hayan ingresado masivamente al mercado del trabajo. Al comenzar a trabajar las mujeres de manera remunerada cambian otros factores, entre ellos, la cantidad de horas destinadas a labores no remuneradas. Es lógico entonces, que baje el tiempo ocupado en el cuidado de personas y del hogar. Esas horas se reducen, aunque la mujer sigue siendo el principal sostén de esas tareas. La equidad en esas ocupaciones aún no se alcanza en otros países del mundo y mucho menos en Argentina.
El tercer factor importante que señalan quienes han estudiado el tema es la disponibilidad de dispositivos de gestión de la propia reproducción, de la salud sexual y reproductiva. Argentina ha tenido, en las últimas dos décadas, avances muy importantes. En 2002, la primera Ley de salud sexual y procreación responsable; luego, el plan ENIA (Plan Nacional de Prevención del Embarazo no Intencional en la Adolescencia), diseñado en 2017. De hecho, datos oficiales informan que buena parte de la caída de la tasa de natalidad en los últimos 10 años está explicada por la disminución del número de embarazos adolescentes, específicamente.
Me pregunto: ¿no deberíamos estar contentxs con este dato de la baja? Debería ser una buena noticia, ya que supone una mayor autonomía para las mujeres y una posibilidad de decidir. En general, solemos subrayar o quejarnos de las cosas que no se hacen o se hacen mal. ¿Por qué no mencionar o destacar las que sí funcionan? Como las de este plan, que previno que las mujeres adolescentes que no quisieran tener hijos no los tuvieran porque justamente sobre eso se trabajó. El foco estuvo puesto en métodos anticonceptivos, en especial, los subcutáneos, que son muy efectivos para esa población.
El problema es que, en vez de tratar el tema desde un debate demográfico, la cuestión se aborda desde una posición moral. No es casualidad que el actual gobierno haya decidido desmantelar el plan ENIA, incluso cuando se demostró que convenía en términos económicos al Estado: se calculaba que el gasto para prevenir un embarazo adolescente rondaba en 60 dólares, mientras que atender uno podía costar diez veces más.
Culpar a las mujeres por la falta de natalidad, una vez más, deja en evidencia el machismo retrógrado de nuestros representantes. Ya que les gusta mirar tanto lo que sucede en otras naciones desarrolladas, ¿por qué no se atienen a las estadísticas, que son muy elocuentes? ¿A ustedes les parece casual el ataque a la educación, la ESI y todas las herramientas que nos ayudan a ser autónomas? Quizás les cueste comprender que las mujeres de hoy tienen otras prioridades: en lugar de cuidar bebés, eligen cuidarse a ellas mismas.