Diego como carnaza y la justicia guiando al pueblo | Opinión

Hace tiempo que la nueva modernidad nos transfirió el cerebro fuera del cuerpo. De ahí que podamos llevar la cabeza en el bolsillo y tener la sólida impresión de que perder el celular equivale a perder la cabeza. Hoy es tu conciencia, lo sabe todo de ti.
Algo así le paso a la jueza Julieta Makintach. Habitaba un mundo donde tomó por realidad lo que solo eran sombras: la caverna de Platón más Netflix, más Prime, más Disney, más Apple. Hoy descubrimos que su vida era una “serie”, de las malas. ¿De compra y venta? Todavía no lo sabemos. Lo que sí intuimos es que bajo toneladas de mentiras, Julieta Makintach buscaba perpetuar la ansiedad del famoso. Necesitaba estar para ser vista, y ser vista para seguir estando. Que los focos se mantuvieran encendidos después del juicio, obsesionada con el “famoseo” y sus apariencias de éxito. Un oficio, este de juez, donde abundan los pavos reales. Ya no se esconden de sus desmanes, y se exhiben a plena luz del día, sin prejuicios ni complejos. Una justicia guiando al pueblo que mordisquea aquí y allá, que embiste, miente, estafa.
“Di una entrevista a una amiga de mi infancia hablando de la Justicia, ese material era crudo, era íntimo. Fue un domingo a las 5 de la tarde. ¿Eso le da el mote de prohibido, oculto, ilícito?”, declaraba días atrás Makintach. Un material “crudo”, con Diego como carnaza. La rabia que irradia esta clase de justicia no es nueva, sino un viaje en el tiempo a las formas más ancestrales de dominio. Ahora la jueza se va a dar un respiro, va a dejar de sustituir la realidad por la narración. Una suerte de reposo del alma. Se lo merece. Nosotros también.
La fiscalía sostuvo desde un primer momento que efectivamente se estaba preparando un documento audiovisual sobre el juicio por la muerte de Maradona, con el objetivo de obtener un rédito económico. Ahora todo indica que habrá un nuevo juicio, amparado por las cuatro evidencias (dos “trailer” y una larga serie de imágenes grabadas) aportadas por Patricio Ferrari y Cosme Iribarren, como indica hoy Raul Kollmann en Página 12.
Navegamos por la nube convertidos en protectores del capital global y de sus dueños, con las consecuencias propias de la vorágine de la economía de la atención. No ha habido nunca en la historia un amo del imperio con semejante poder de dominación. Un mercado “apantallado” de feudalismo de alta tecnología, de pensamiento único. Nunca hemos querido ser tan diferentes, pero quizás nunca hemos sido tan iguales: mismos teléfonos, mismos tiendas, mismas series, mismas mentiras. El homo antena de la nueva modernidad navega por los secretos y miserias de la humanidad, por sus perversiones, confidencias, sueños, deseos inconfesables y realidades llenas de noticias falsas. Una tiranía dominada por una oligarquía de tipo feudal que ha desarrollado una especie de golpe incruento, aparentemente indoloro y amable, sin tanques en las calles, pero que llega al fondo de lo que pretende: la dependencia masiva de las obsesiones que nos inyecta.
La obsesión de la jueza Makintach era salir en la tele. Que pena. Olvidó que nuestro verdadero equipaje son las emociones, las ideas, lo que sabemos, lo que hemos leído, soñado, deseado, nuestras pasiones, nuestros sentimientos y los placeres que nos hemos otorgado. Esa condición de lo humano que desaparece si dejas de creer en ello.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979