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Pepe Mujica: el adiós a un hombre que vivió como pensó



José “Pepe” Mujica no solo fue presidente del Uruguay. Fue un símbolo. Un hombre que eligió la humildad como bandera, que convirtió su historia de lucha y resistencia en un mensaje de esperanza. Murió a los 89 años este 13 de mayo, dejando una huella imborrable en la política latinoamericana.

Nació el 20 de mayo de 1935 en Montevideo y en su juventud decidió tomar las armas como integrante del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Su militancia le costó 14 años de cárcel, muchos de ellos en condiciones extremas, aislado en celdas subterráneas, donde —según él mismo dijo— aprendió a valorar la vida con lo justo.

En democracia, eligió otro camino: el del diálogo y las instituciones. Desde 1989 fue elegido diputado, luego senador, y en 2005 asumió como ministro de Ganadería. En 2010 llegó a la presidencia, respaldado por el Frente Amplio, y gobernó hasta 2015 con una impronta tan austera como firme.

Un legado de políticas progresistas

Durante su mandato, Uruguay se transformó en un país pionero en derechos y libertades individuales. Impulsó la legalización del aborto, el matrimonio igualitario y convirtió a Uruguay en el primer país del mundo en regular la producción y venta de marihuana. No por moda, sino por convicción: “Peor es regalar gente al narco”, decía.

También se enfrentó a gigantes como Phillip Morris, defendiendo la salud pública frente a intereses corporativos. Y ganó. Porque su liderazgo no buscaba agradar, sino mejorarle la vida a la gente.

Vivir con lo justo para ser libre

Mujica vivió en una chacra, manejó un escarabajo viejo y donó gran parte de su salario como presidente. Pero su mayor legado no fue lo que tuvo, sino lo que representó: la coherencia entre el decir y el hacer. “No soy pobre, soy sobrio”, repetía.

Le habló al mundo desde la ONU con un discurso que aún hoy conmueve. Y cuando muchos se aferraban al poder, él renunció a sus cargos con la misma sencillez con la que los asumía.

Un hombre que nunca se rindió

Hasta el último día, Mujica fue una voz incómoda y necesaria. Soñó con un mundo más justo incluso cuando fue vencido, y nunca dejó de luchar. Su muerte deja un vacío, pero también un mensaje: que vale la pena vivir con convicciones, aun cuando el precio sea alto.

Pepe no necesitó lujos para ser gigante. Con su partida, no solo se va un expresidente, se despide una forma de hacer política que hoy parece extraordinaria por ser profundamente humana.





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