La nueva caza de brujas | Opinión

En 1950, el senador por el Estado de Wisconsin, Joseph McCarthy, en el marco del Comité de Actividades Antiamericanas, inició una cacería contra activistas y militantes de izquierda. Dicha persecución se enmarcó en el pánico generado por los exitosos ensayos nucleares soviéticos. Hasta ese entonces Estados Unidos contaba con el monopolio nuclear validado por las masacres de Hiroshima y Nagasaki. La divulgación de las pruebas nucleares realizadas en Semipalatinsk y el triunfo de la revolución china comandada por Mao Zedong coincidieron en el año 1949. Ambos acontecimientos originaron la paranoia anticomunista que llevó a la condena a muerte al matrimonio de Ethel Greenglass Rosenberg y Julius Rosenberg en 1953, acusados de filtrar información crítica sobre infraestructura nuclear.
Dos de los numerosos interrogados por el Comité de Actividades Antiamericanas, orientado por McCarthy, fueron el dramaturgo judío Arthur Miller y el actor afrodescendiente Paul Robeson. Ambos se negaron a denunciar a sus colegas mientras otros –como Elia Kazan– se configuraban en el prototipo del cobarde delator. Miller escribió –como respuesta a las persecuciones– la obra de teatro El Crisol, traducida al castellano como Las brujas de Salem. El segundo es recordado por la memorable respuesta que le brindó al inquisidor del Comité luego de que éste lo interrogara acerca de por qué no se iba a vivir a Rusia.
Robeson, comprometido con la lucha por los derechos civiles –que el trumpismo en la actualidad cataloga despectivamente como wokismo–, respondió: “Porque mi padre fue un esclavo, y mi gente murió para construir este país. Y yo me voy a quedar aquí, y voy a ser parte de este país tanto como usted. Y ningún fascista me forzará a irme. ¿Está claro? Apoyo la paz con la Unión Soviética, apoyo la paz con China, y no apoyo la paz ni la amistad con el fascista Franco, y no apoyo la paz con los nazis alemanes…”.
Una dimensión clave de la construcción simbólica del excepcionalismo estadounidense se erigió sobre la base de la legitimidad cultural sustentada en su sistema universitario. En el centro de ese dispositivo académico se destacaron los centros agrupados en la denominada Ivy League (Liga de la Hiedra), compuesta por ocho universidades privadas ubicadas en el nordeste de los Estados Unidos. Estas universidades son: Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale. En su conjunto, dichas unidades de Educación Superior cuentan con un caudal formidable de descubrimientos científicos, patentes de innovación tecnológica y distinciones científicas.
El ataque de la administración de Donald Trump contra las universidades es el síntoma del pánico contemporáneo que vive la derecha neofascista estadounidense frente a su nuevo espectro epocal. En forma similar a lo emprendido por McCarthy a mediados del siglo pasado, la reacción necesita asignar conspiradores internos para conectarlos con sus rivales externos. Esos sujetos peligrosos pueden ser migrantes, narcoterroristas, partidarios de los programas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), activistas woke, integrantes del Deep State o simplemente “espías asiáticos”.
Dichos etiquetamientos, en otras latitudes, pueden asumir catalogaciones como planeros, kukas, mapuches, subversivos o integrantes de la Casta política. La historia de las derechas globales pone en evidencia la necesidad de construir un enemigo interno para desviar las causas de las situaciones críticas, movilizar pasiones colectivas y contar con esquemas justificatorios para legitimar persecuciones o crímenes.
Sus mandobles pueden estar dirigidos contra armenios en la Turquía de Mustafá Kemal Ataturk; comunistas, judíos y gitanos en la Alemania Nazi; subversivos durante la dictadura genocida de los años ’70 –en Argentina–; o islámicos en la “guerra contra el terrorismo” de George W. Bush y Barack Obama. De esa manera, los modelos reaccionarios logran instituir una agenda ajena a los verdaderos conflictos estructurales ligados a las luchas emancipatorias, la pugna entre las soberanías y el mercado, y/o las pujas entre el capital y el trabajo.
La encargada de lidiar con el sistema educativo de los Estados Unidos es Linda McMahon, portadora de antecedentes ligados a los espectáculos circenses y televisivos. En una misiva enviada por McMahon a la Universidad de Harvard, la exempresaria expresó que esa Casa de Estudios se burla de la educación superior al consentir el racismo, habilitar discursos izquierdistas y cercenar el pluralismo (por no admitir discursos conservadores). La carta publicada en la red social de Elon Musk –con abundantes faltas de ortografía y errores gramaticales– revelaba que los estudiantes judíos se sentían inseguros en sus aulas, dadas las manifestaciones solidarias con el pueblo palestino.
El encargado de rebatir las consideraciones de McMahon fue el rector de Harvard, el médico judío Alan Garber, quien impugnó los requerimientos trumpistas, que exigían: alterar el plantel de profesores; modificar los criterios de aceptación de alumnos extranjeros (sobre todo árabes y chinos y alumnos woke); impedir manifestaciones pro palestinas; alterar los contenidos curriculares de los cursos ofrecidos –especialmente en las escuelas vinculadas con el estudio de Medio Oriente o el conflicto palestino-israelí–; y aceptar la supervisión administrativa por parte del Estado Federal.
Harvard es la primera universidad de Ivy League que desafía a Donald Trump, responsable de exigir auditorías ideológicas a estudiantes y docentes como condición para mantener el financiamiento público. “¿No será que Harvard debe perder su estatus de exención fiscal –preguntó Trump a través de su red social Truth–, por ser una entidad política que sigue impulsando ‘enfermedades’ políticas, ideológicas y de inspiración/apoyo al terrorismo?”. El 18 de marzo, el vicepresidente James Vance consideró que “Las universidades y los profesores son nuestros enemigos” y un año antes advirtió que “debemos transformar las universidades para que estén más abiertas al pensamiento conservador”.
El nuevo macartismo trumpista tiene como objetivos: (a) demonizar a toda persona que cuestione las políticas colonialistas y criminales de Israel, señalándola como antisemita; (b) debilitar las perspectivas de izquierda que estigmatizan como woke; (c); disciplinar a los académicos e intelectuales críticos de la actual administración; (d) imponer la motosierra en las subvenciones federales a la educación: la administración solicitó al Congreso a mediados de abril la reducción de un 15 por ciento (12 mil millones de dólares) del presupuesto destinado a la educación primaria y secundaria. Entre ellos, 1.600 millones de recortes al apoyo a estudiantes de bajos recursos; (e) limitar el ingreso de estudiantes que cursan carreras doctorales o posdoctorales, especialmente islámicos y/o chinos, y (f) destruir los programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI, por su sigla en inglés).
Meses atrás, otra de las casas de estudio de esa Liga de la Hiedra, la Universidad de Columbia, se sometió a todos los requerimientos y extorsiones planteados desde la Casa Blanca, motivando el recuerdo de lejanos antecedentes ligados a la Educación Superior. En la Italia fascista, en 1931, el régimen de Mussolini exigió a todos los profesores universitarios un juramento de lealtad al Estado. De más de 1200, solo 12 se negaron. En 1933, luego de la toma de posesión de Adolf Hitler se dictó la Ley para la Restauración del Servicio Civil Profesional, que disponía el despido de profesores comunistas, anarquistas, judíos y no arios.
El Technische Hochschule, una universidad de Stuttgart, decidió honrar a Hitler con un Doctorado Honoris Causa. Por esa misma época, el filósofo Martin Heidegger, el más prominente discípulo de Edmund Husserl, asumió como rector en la Universidad de Friburgo con la oposición de los 14 profesores “no arios” que todavía daban clases en esa casa de estudios. A Husserl se le quitó el título de profesor emérito con la complicidad de su discípulo, y se quemaron sus libros en los patios de la Universidad de Friburgo. Husserl falleció 1938 sin que Heidegger asistiese a su funeral. En 1941 el autor de Ser y tiempo suprimió la dedicatoria original a su maestro Husserl en la reedición de su obra. La Caza de Brujas, el fascismo, el macartismo, el trumpismo y los imitadores grotescos como Milei son variantes de una misma razón reaccionaria. Frente a ellos están los que se no se someten y los que claudican.