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Protección de la identidad en la era digital: un pilar en la ciberseguridad moderna


El riesgo cibernético es una preocupación cada vez más constante para las organizaciones. De acuerdo con datos de Microsoft, cada día se registran más de 600 millones de ataques informáticos en todo el mundo. Aunque estas vulneraciones tienen un impacto significativo en cualquier negocio, las consecuencias para las PyMEs [pequeñas y medianas empresas] suelen ser aún más profundas, con pérdidas que van desde los 250,000 hasta los 7 millones de dólares.

Más allá del daño financiero, estos incidentes también afectan la reputación corporativa, comprometiendo la percepción de los clientes sobre cómo las empresas manejan su información sensible. Otro impacto grave es la afectación operativa, que pone en riesgo la integridad y continuidad de los procesos de negocio.

Si bien las organizaciones son cada vez más conscientes de la importancia de blindar los activos y sistemas empresariales, no siempre se hace suficiente hincapié en el valor de la identidad digital, un elemento que no solo comprende datos personales y credenciales, sino también la imagen de marca, reputación e información crítica (como patrones de comportamiento y registros de actividad). Por esta razón, un enfoque proactivo y transversal en su protección es imprescindible.


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Los estafadores digitales están teniendo mucho éxito. El año pasado, los estadounidenses perdieron 16,600 millones de dólares por delitos en línea, y casi 200,000 personas denunciaron al FBI estafas como phishing y spoofing.


Hoy más que nunca, la protección empresarial debe abordarse de manera integral, sin embargo, es también necesario replantear la identidad como el vector inicial de ataque, sirviendo muchas veces como la puerta de entrada para perpetrar incidentes de seguridad y uno de los puntos que tienen un impacto más crítico al ser vulnerados. En un mundo digitalizado, la identidad digital se ha convertido en el eslabón más débil de la cadena de seguridad y, por lo tanto, protegerla no es solo una táctica más, sino que debe ser una estrategia central.

Actualmente, los cibercriminales cuentan con herramientas cada vez más sofisticadas. Con el auge de la inteligencia artificial, por ejemplo, ya es posible crear falsificaciones realistas mediante tecnología deepfake, automatizar infecciones de sistemas e incluso predecir la respuesta de los equipos de defensa. Esto significa que los métodos de seguridad tradicionales han dejado de ser suficientes en un entorno hiperconectado.

En este nuevo escenario, las estrategias defensivas deben evolucionar hacia enfoques predictivos. La implementación de soluciones basadas en inteligencia artificial, autenticación robusta y detección de anomalías es clave para prevenir accesos no autorizados y minimizar riesgos antes de que se materialicen en brechas.

Aunque la tecnología actual ofrece herramientas avanzadas, por sí sola no garantiza la protección. La educación digital, la conciencia sobre los riesgos y la adopción de hábitos responsables son igual de importantes. Proteger la identidad digital como una arista fundamental de la seguridad se ha convertido en una necesidad urgente.

Para lograrlo, las empresas deben no solo replantearse la gestión de identidades como una plataforma clave de su estrategia de seguridad, sino también orquestar labores de innovación, ética y colaboración para garantizar la integridad y confianza de datos, procesos y personas. Sin duda, el desafío por delante consiste en gran medida en que los cibercriminales se moverán más rápido y, por lo tanto, los que estamos en ciberdefensa debemos también pisar el acelerador.



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