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Por qué la planificación urbana de Tenochtitlan sigue causando asombro


En 1325, en el corazón de la cuenca de México, emergió Tenochtitlan, una urbe única en el mundo que desafió el concepto mismo de ciudad. Su mera existencia representó un reto incluso para el desarrollado urbanismo mesoamericano, acostumbrado a planificar asentamientos con estricta planeación astronómica y religiosa en sitios difíciles. Esta ciudad surgió como respuesta a la necesidad de complacer a una deidad difícil: Huitzilopochtli, el colibrí zurdo.

Más que una mera capital, Tenochtitlan fue una ciudad flotante, un ente palpitante de vida, comercio y rituales, donde canales, calzadas anfibias y chinampas se entrelazaban en un sistema de eficiencia y sostenibilidad sin igual en su época

La fundación de Tenochtitlan en el siglo XIV sobre un pequeño islote del lago de Texcoco planteó un reto colosal: habitar un entorno lacustre sin renunciar a la solidez de las urbes clásicas. La capital del naciente imperio estaba sedienta de poder, y con necesidad de espacios para la agricultura e importación de artículos producidos en los más diversos sitios, la mayoría de ellos lejanos. Los mexicas (llamados también ‘aztecas’ por la arqueología moderna temprana) respondieron con una trama urbana adaptada al medio acuático, elevada sobre pilotes de madera y tierra compactada. Las calles, en lugar de hundirse bajo el peso de la multitud, flotaban sobre el espejo de agua.

Estos son los cinco pilares clave de la planificación urbana en la antigua capital mexicana.

México-Tenochtitlan, 1528.

Picturenow/Universal Images Group via Getty Images

Calzadas y canales: arterias de vida

Tres grandes calzadas –Tepeyac, Iztapalapa y Tlacopan– unían el islote con tierra firme. Estaban erigidas sobre terraplenes que invitaban al tránsito peatonal y al paso de mercancías. Paralelas a estas vías, corredores acuáticos se desplegaban como venas navegables: miles de canoas surcaban los canales, transportando desde productos agrícolas hasta ofrendas ceremoniales. Así, el transporte no conocía cuellos de botella: la red vial integraba lo terrestre y lo fluvial con cierta armonía. Este fue el ecosistema urbano que tanto sorprendió a Bernal Díaz del Castillo, quien mencionó que al menos 60,000 de estas canoas cruzaban diario las lagunas de México. De estas arterias conservamos la cicatriz elemental. Dos calzadas se salvan del trazo de damero que con fiereza arrasó con la ciudad existente tras la conquista; hablamos de la calzada de Tlacopan (hoy Tacuba) y la calzada de Ixtapalapa (hoy Pino Suárez) .

La calzada de Tlacopan merece una mención especial. Aunque hoy no es tan visible como otros vestigios prehispánicos —como el famoso tocado de Moctezuma conservado en Viena—, esta vía tuvo un papel central en la configuración urbana y política de Tenochtitlan. Se construyó como un camino análogo a la calzada de Nonoalco, que conectaba Tlatelolco (ciudad hermana de Tenochtitlan) con Azcapotzalco, un antiguo centro de poder y aliado comercial importante.

Tenochtitlan necesitaba su propia conexión directa hacia el poniente, tanto para facilitar el comercio como para fortalecer lazos con el mundo tepaneca. Así nació la calzada de Tlacopan, que con el tiempo se convirtió en un símbolo político: fue uno de los vínculos que unió a las tres ciudades que conformaron la famosa Triple Alianza mesoamericana —Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan—, una poderosa confederación que dominó el Valle de México durante el periodo posclásico.



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