Desde Pietrobelli al tablero mundial: la pasión ajedrecística de Andrés Aguilar

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Andrés Aguilar nació en el barrio Pietrobelli y desde muy joven se volcó al ajedrez, una disciplina que lo llevó de las calles de su ciudad natal a escenarios nacionales e internacionales. Hoy, con el título de Maestro FIDE, continúa desarrollando su carrera desde Comodoro, sin olvidar sus orígenes ni a quienes lo formaron.
En el corazón de Comodoro Rivadavia, entre las calles del barrio Pietrobelli, comenzó a gestarse una historia silenciosa pero profunda, marcada por la estrategia, el estudio y la pasión por el ajedrez. Andrés Aguilar, Maestro FIDE y uno de los referentes ajedrecísticos de la región, no solo se formó como jugador en su ciudad natal, sino que eligió seguir construyendo su carrera sin alejarse de sus raíces.
“Siempre viví en Comodoro, nunca me fui”, afirma con naturalidad. Su vínculo con el ajedrez comenzó casi por casualidad, en el club Domingo Savio, donde también funcionaba una escuela de ajedrez. Estaba muy cerca de su casa, y sus amigos, con quienes jugaba al fútbol en la calle, eran parte de esa escuelita. Fue su madre quien, un día, le sugirió que probara.
“No tenía muchas ganas al principio”, recuerda. No obstante, la compañía de sus amigos terminó por convencerlo. Una vez que cruzó la puerta del club y aprendió los movimientos básicos, algo se encendió en él: “Me encantó desde el primer momento. Tan así que después ya no jugaba tanto al fútbol, sino que mucho más al ajedrez”.
El club no era solo un lugar de encuentro: era un semillero. En ese entonces, quienes daban clases eran Patricio Montiel y José Lamónica, y el espacio estaba dirigido por Raúl Ortiz, un verdadero motor de la actividad, cuya tarea luego sería continuada por Margarita Rodríguez. Entre ambos construyeron un ambiente donde se respiraba ajedrez de lunes a domingo, y donde Andrés pasó gran parte de su infancia y juventud.
Desde que tenía siete años hasta aproximadamente los veinte, su desarrollo fue constante. “Comencé en el año 93. Era una actividad bastante convocante, había muchos chicos”, cuenta. Y ese impulso temprano no tardó en dar frutos: en 1994, tan solo un año después de aprender a mover las piezas, clasificó a su primer torneo nacional. Fue segundo entre los jugadores sub-10 y eso le permitió viajar por primera vez solo, sin sus padres, a competir en otro punto del país.
“Lo recuerdo muy lindo, pero fue bastante dramático para quien me tuvo que acompañar”, dice, entre risas, al rememorar aquel primer viaje con Margarita Rodríguez. El miedo al viaje, la distancia, todo era nuevo. Pero en medio de esa experiencia, algo lo marcó profundamente: el ajedrez podía ser la llave para conocer otros lugares.
Ese fue uno de los motores que lo impulsaron a seguir. Otro fue la competencia interna del propio club. Allí había un ranking entre los jugadores. Andrés comenzó en el puesto 80 y mes a mes se fue acercando al objetivo que se había propuesto: ser el número uno. Llegó al puesto 20, “y justo ahí se dejó de hacer el ranking”, dice con una mezcla de ironía y nostalgia. Para entonces, ya estaba totalmente entregado al juego.
Durante su infancia, su máximo anhelo era ser campeón del club. En una época sin Internet, sin acceso a partidas internacionales o referentes globales, su mundo ajedrecístico estaba contenido en esas cuatro paredes. “Había un campeonato que se llamaba el match, de ver quién era el campeón del club. Lo jugaban siempre los mejores: José Lamónica y Javier Albornoz. Y yo quería estar ahí, quería ser parte de ese tablero de honor”.
Con el tiempo, Andrés entró al ranking internacional. Tenía 16 o 17 años y su ELO inicial era alto para su edad. Fue entonces cuando se le cruzaron dos caminos: por un lado, el ajedrez profesional; por otro, la universidad. “Un tiempo me dediqué bastante al ajedrez, pero después vi que era muy difícil vivir bien. Así que siempre lo combiné con trabajar”, confiesa.
Pese a todo, el objetivo de ser Maestro FIDE no desapareció. “Me lo planteé de muy joven. Cuando tenía 18 entré con un ranking alto y faltaba relativamente poco. Pero ese tramo fue muy difícil”. Subir de 2205 a 2300 de ELO puede sonar a una pequeña diferencia, pero en términos competitivos es un abismo. “Ganaba, perdía, ganaba, perdía… hasta que llegaba a 2270 y me estancaba”.
La consagración llegó, paradójicamente, sin que se lo propusiera. Fue en marzo de 2017, durante el Torneo Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. “Empecé el torneo como cualquier otro”, recuerda, pero las tablas ante grandes rivales comenzaron a sumar puntos clave. “Empaté con Federico Pérez Ponsa, gran maestro y campeón argentino, y con otros jugadores de mucho nivel. Cada empate me subía el ranking”. Después de cuatro empates consecutivos —y algunas victorias previas— logró alcanzar la marca que necesitaba. “Primero no estaba seguro, pero me confirmaron que ya con esa performance, en la próxima lista internacional iba a figurar como Maestro FIDE”. Y así fue. El sueño, que parecía postergado, finalmente se cumplía.
Luego vino Europa. Andrés tuvo dos campañas internacionales: una en 2015 y otra en 2019. La primera fue un regalo para sí mismo al terminar sus estudios universitarios. “Fui sin mucha preparación. Pensé que me lo iba a rebuscar, pero fue muy difícil. Allá se estudia con mucha profundidad. Las últimas novedades teóricas de la semana pasada ya están en práctica”, cuenta.
Fue una experiencia de aprendizaje. Jugó un mes entero. Perdió más de lo que quería, pero volvió con claridad sobre lo que debía mejorar. Esa exigencia lo llevó a entrenar de otra forma y finalmente lo acercó a clasificar a la Final del Campeonato Argentino.
Cuatro años más tarde, en 2019, repitió la experiencia europea. Pero esta vez fue distinto. “Fui en grupo, ya sabía cómo era el nivel, a qué apuntar”. En un torneo con más de 500 jugadores, quedó en el puesto 21. También obtuvo premios en otros certámenes. “Ya tenía otra cabeza”.
Un chubutense en la élite: la Final del Campeonato Argentino
Tras su regreso de Europa en 2019, Andrés volvió al país con otra cabeza, otra preparación y, sobre todo, otro ritmo competitivo. No lo sabía entonces, pero ese envión sería decisivo. El primer torneo que disputó fue la semifinal del Campeonato Argentino, una instancia exigente que definía los últimos siete cupos para la Final Absoluta. Los otros cinco lugares estaban reservados para el equipo olímpico: los cinco mejores jugadores del país, entre ellos varios que residen en Europa. “Es como que te convoquen a la selección de fútbol”, dice, con una sonrisa que mezcla orgullo y realismo. “Pero acá te lo tenés que ganar jugando“.
La semifinal fue durísima. Venía de jugar unas 40 partidas en Europa y ese training le dio una ventaja: estaba suelto, confiado, con el motor encendido. Las buenas actuaciones se acumularon, entre victorias y empates contra ajedrecistas profesionales, hasta llegar a la última ronda con chances concretas. Tenía que ganar y esperar.
El rival fue el maestro internacional Facundo Pierrot, a quien ya le había ganado en el pasado. Jugaba con blancas y sabía que no tenía nada que perder. “Pierrot cometió un error teórico. Yo ya conocía esa posición y tomé la iniciativa”, cuenta. Pero, aún con ventaja, la partida fue tensa: “Tuve que estar tres horas más jugando. Casi se me escapa. Ellos tienen muchos recursos, siempre te tiran centros hasta el último minuto”.
Con menos de tres minutos en el reloj, tomó una decisión arriesgada: devolver parte de la ventaja para transformarla en otra más manejable, una apuesta necesaria por el contexto. “Tenía que ganar sí o sí. El empate no servía. Y ese riesgo salió bien”. Ganó la partida y luego, con los otros resultados a favor, se confirmó la noticia: había clasificado séptimo entre los siete que accedían. Entre colgado… pero adentro.
La Final fue otra historia. El nivel era altísimo. “Nunca pensé que iba a estar ahí. Fue un sueño”. Pero también fue un golpe. De once partidas, perdió diez y ganó una. Quedó último. Sin embargo, lo que parece una derrota fue, en realidad, un nuevo punto de inflexión.
“De las diez que perdí, en seis o siete jugué muy bien. Muy bien para mi nivel. Pero si el rival también juega muy bien, lo normal es que gane”. Hubo partidas que podrían haber sido tablas, pero los pequeños detalles se pagaban caro. “Ahí entendí otra vez la diferencia: los hábitos del jugador profesional. Yo no los tenía”.
Y, sin embargo, lo disfrutó. “Me dieron un cheque por participar, otro por la posición final, me alojaron en hoteles. Eran cosas que no había vivido antes”. Fue, también, el jugador que más atención mediática recibió. “Me di cuenta de que la gente me quería mucho en ese torneo. Era el único del interior. Los demás eran todos de Capital o del conurbano bonaerense”.
No fue solo un torneo. Fue una experiencia fundacional, una etapa que lo puso cara a cara con la élite del ajedrez argentino, y que lo reconfirmó —incluso en la derrota— como un referente de Chubut en el tablero nacional.
Entrenamiento, tozudez y evolución
La preparación para la Final fue intensa, con la guía del gran maestro Salvador Alonso. “Él me ayudó muchísimo, aunque yo fui un poco terco en algunas cosas. Después de la Final entendí que debía cambiar, incorporé lo que me habían sugerido y empecé a mejorar.”
En los años siguientes, los resultados hablaron por sí solos: ganó torneos en la Patagonia y en Chile, algo que antes no había conseguido. “Siempre andaba entre los primeros, pero ganar torneos es otra cosa. Toda la preparación posfinal me hizo un mejor jugador.”
La mejor partida: una obra publicada
Consultado por la mejor partida de su carrera, no duda: una victoria contra el Gran Maestro Renier Vázquez, exintegrante del equipo olímpico español, jugada en Lorca (España) en diciembre de 2018. “Es mi mejor partida. Salió publicada en un libro por elección del GM Diego Valerga.”
La clave fue una idea sutil y arriesgada: entregar su mejor pieza defensiva a cambio de debilitar la estructura de peones rival. “Era un concepto raro, pero me salió perfecto. Nunca estuve en riesgo de perder. Fue la segunda partida de mi gira europea y marcó un antes y un después.”
Los referentes: Laplaza y De Kirchmayr
Dos figuras marcaron su trayectoria desde Comodoro: Jorge Laplaza y Emilio de Kirchmayr.
De Laplaza recuerda su rol más allá del tablero. “Jorge me llevaba 40 años, pero éramos amigos. Él me enseñó que el mundo era más grande que lo que yo veía. Me invitaba a viajar, a conocer. No estudiamos tanto ajedrez juntos, pero aprendí muchísimo.”
De Emilio destaca su legado institucional: “Fue quien logró que Comodoro tenga un club propio, con sede. Eso no es común fuera de Capital. Gracias a eso podemos competir, aprender y proyectar.”
Faustino Oro, el fenómeno que inspira
También hay admiración por las nuevas generaciones. “Soy fanático de Faustino Oro. Lo enfrenté en 2023. Le gané una partida relámpago, pero en seis meses pegó un salto enorme. Es un genio, no vi nunca algo igual.”
Para él, que Oro haya conseguido su primera norma de maestro internacional en Comodoro es motivo de orgullo. “Ojalá vuelva alguna vez, aunque sea a saludar.”
El boom del ajedrez en Chubut
Desde aquellos torneos esporádicos de fines de los 90, el ajedrez provincial ha crecido a pasos agigantados. Hoy, Chubut está entre las tres provincias con mayor cantidad de torneos válidos para ranking internacional. “Cualquier jugador puede lograr acá lo que yo tuve que buscar viajando al exterior. Hay federación, clubes, jugadores jóvenes. Es fantástico lo que está pasando.”
Objetivos: soñar grande, entrenar más
Con un calendario cargado, que incluye torneos en Trelew, Tierra del Fuego y Punta Arenas, el ajedrecista chubutense sigue en carrera. Su meta es clara: llegar a 2350 de Elo, y eventualmente a 2400. “Mi sueño es ser maestro internacional. Lo digo como sueño porque es difícil, pero hago todo lo posible. Y si no se da, no pasa nada. Pero al menos dejo todo en la cancha.”
Un mensaje para quienes se inician
“Lo bueno del ajedrez es que es integrador. Podemos ver en un mismo torneo a un señor de 70 años jugando contra una nena de 7, en igualdad de condiciones. Y cada uno puede encontrar su motivo: competir, viajar, compartir con sus nietos, estudiar historia, lo que sea.”
También destaca sus beneficios para la salud mental y el aprendizaje. “Que se acerquen. Que prueben. Y si no les gusta, al menos lo intentaron.”