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“Estar en la Antártida es como estar en otro planeta: blanco, hostil y solitario”: la experiencia de un científico en la estación Concordia


Empezó en Nueva Zelanda: un avión militar me llevó a la estación Mario Zucchelli (la otra base italiana en la Antártida, situada en la costa), aterrizando sobre el hielo marino que, al tener más de metro y medio de espesor, hace las veces de pista de aterrizaje para los aviones. Desde allí tomamos otro avión, más pequeño, en dirección a la base Concordia. Tras los primeros diez minutos de vuelo, la costa desapareció, y desde entonces no hemos visto más que blanco. Fue una de las cosas más fascinantes del viaje: un blanco infinito, solo roto por la sombra del avión sobre la nieve. Tras cuatro horas de vuelo, por fin vimos un punto negro que se hacía cada vez más grande: la estación.

Concordia. ¿Qué pensó al llegar? ¿Se adaptó fácilmente? ¿Y cómo afrontó el período más complicado, la interminable noche del invierno antártico?

En la primera expedición, cuando no sabía nada, las emociones fueron tantas que me cuesta aislar un momento concreto. Estaba desconcertado, me sentía como dentro de una película. La segunda expedición fue aún más extraña: cuando bajé del avión, tuve la sensación de que nunca me había ido. Habían pasado dos años desde la expedición anterior y, sin embargo, me sentía como si me hubiera ido el día anterior. En cuanto al invierno, tuve que adaptarme no solo al frío y la oscuridad, sino también a toda la dinámica social dentro de la base. De alguna manera, es como estar dentro de una burbuja. Cada pequeño problema parece convertirse en algo enorme: nuestras dificultades eran las de un grupo aislado de 13 personas que comparten una base durante un año. Cualquier nimiedad puede magnificarse y convertirse en un problema insuperable. En esto, la ayuda de los psicólogos fue decisiva.

Pero no solo eso. Usted practica yoga con regularidad, y ha seguido haciéndolo en la Antártida. ¿En qué medida le ha ayudado?

El yoga siempre me ayuda. También aquí, porque incluso lejos de la Antártida vives momentos de tensión y estrés relacionados con el trabajo, la familia y todos los inputs de la sociedad. En Concordia, por supuesto, todo se amplifica, así que probablemente el yoga me ayudó aún más. Además de practicarlo, también se lo enseñé a los demás miembros del grupo, lo que nos ayudó a crear un equipo más compacto y cohesionado. En resumen, fue una ayuda para todos.

En el libro relata una experiencia angustiosa. Experimentó la terrible “tormenta blanca”: estaba fuera de la base, el tiempo cambió de repente y, de pronto, no vio nada. Solo blanco.

La primera sensación fue de asombro. Nos habían hablado de la tormenta blanca, pero no pensé que fuera tan peligrosa. Me había alejado apenas cinco metros de los cables eléctricos que van de la base a los contenedores donde tenemos los equipos, con la idea de hacer algunas fotos. De repente, no veía nada: el viento levantaba nieve y hielo a mi alrededor y la base parecía haber desaparecido. Tuve un momento de pánico, y por suerte volví a encontrar la base. Nunca esperé perder de vista un objeto que estaba a solo 5 metros de mí.

Entre tantas emociones, ¿puede decirnos cuál fue el momento más emocionante de todos?

Probablemente el día en que me marché al final de la primera expedición. Según el plan previsto, debía despegar de Concordia el 7 de diciembre. El 1 de diciembre llegó un avión con más personal y debía partir al día siguiente. El responsable científico de la expedición me llamó a un rincón y me dijo que había un asiento libre, y que si quería podía salir antes. Mi mente estaba proyectada para salir cinco días más tarde, y al darme cuenta de que iba a ser al día siguiente tuve que correr a mi habitación porque se me saltaron las lágrimas de la emoción. Era hora de hacer las maletas, de abandonar este lugar que ahora era mi hogar. La llegada a Nueva Zelanda también fue increíble: oír nuevas voces humanas después de más de un año, volver a ver los colores, oler los aromas. Es difícil expresarlo con palabras.

¿Qué le ha enseñado la Antártida?

Que hay cosas que son realmente necesarias, y otras que son solo un añadido. Sigo pensando en esto a menudo. Para vivir se necesita muy poco: un lugar caliente donde dormir y algo que comer. Si además hay salud, entonces lo tenemos todo. Cada vez que me despierto, me siento afortunado por lo que tengo.

El Programa Nacional de Investigación en la Antártida (PNRA) está financiado por el Ministerio de la Universidad y la Investigación (MUR) de Italia y es gestionado por el Consejo Nacional de Investigación (CNR) para la coordinación científica, por ENEA para la planificación y organización logística de las actividades en las bases antárticas y por el Instituto Nacional de Oceanografía y Geofísica Experimental (OGS) para la gestión técnica y científica del buque rompehielos Laura Bassi.

Artículo originalmente publicado en WIRED Italia. Adaptado por Andrea Baranenko.



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