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Solana Sierra, la “cuentapropista” argentina que brilla en Wimbledon y estuvo muy cerca de jugar para Italia | La joya del tenis nacional se metió en octavos de final del Grand Slam londinense



Solana Sierra está inmersa en la centralidad de un cuento de hadas. La historia transcurre en Wimbledon, el torneo de tenis más prestigioso del mundo, y bien podría ser narrada con la magia de una película: ingresó al cuadro principal como lucky loser por la baja de la belga Greet Minnen (70ª), luego logró su primer triunfo en un main draw de Grand Slam ante la australiana Olivia Gadecki (103ª), después se mostró al mundo desde el Court 1 del All England -el segundo en relevancia- al eliminar a la local Katie Boulter (43ª) y, este viernes se instaló en los octavos de final después de superar por 7-5, 1-6 y 6-1 a la española Cristina Bucsa (102ª).

Si bien el camino sigue, porque la espera este domingo, en el arranque de la segunda semana, la alemana Laura Siegemund (104ª) -eliminó a la sexta favorita estadounidense Madison Keys-, lo cierto es que el ecosistema del tenis no deja de hablar de Sierra. Muchos actores se sorprenden, lo que no ocurre con quienes la conocen desde sus inicios: desde su irrupción más temprana siempre fue el diamante en bruto el tenis femenino argentino.

Dueña de un estilo agresivo y moderno, atípico por estas latitudes, estos resultados iban a llegar. Así lo entiende su padre Omar, que vive estos momentos en paz desde Mar del Plata -Solana está acompañada en Londres por su madre Marta y uno de sus entrenadores Miguel Fragoso, de la Academia de Rafael Nadal, su base neurálgica en Europa-. 

“Estamos tranquilos porque siempre tuvimos una sola línea, la misma tranquilidad que tuvimos cuando perdió en la qualy. Después surgió el lucky loser y se quedó, sabíamos que estaba bien, ajustando cosas, y que su juego es así: implica tener errores o a lo mejor no poder cerrar los partidos. Pero estamos tranquilos porque todo es pasajero, tanto lo bueno como lo malo. Solana lo sabe, tiene la capacidad de entender que inmediatamente hay revancha y que hay que aprovechar las oportunidades y el envión. Esta es una semana positiva y hay que sacarle el mayor provecho posible”, dice Omar sobre su hija de 21 años, la gran sensación del césped inglés.

Y agrega, sobre la mentalidad que manejan en el entorno: “No hacemos un carnaval cuando ganás porque cuando perdés tendría que haber un velorio. Esto es un proceso y su carrera recién arranca. El tema es el escenario, con esta visibilidad: algunos la ven jugar ahora y se sorprenden. Nosotros ya la hemos visto jugar así: su forma de atacar y sacar ya es conocida”.

Pero este presente de ensueño para Sierra (101ª), la número uno de la Argentina que se aseguró ascender al menos hasta el 65° puesto del ranking WTA, siempre estuvo signado por el sacrificio y por decisiones de muchísimo peso que tuvieron lugar todavía durante su etapa de junior, cuando aún no se perciben ingresos. En 2020. cuando tenía 16 años, su familia vio que resultaba imposible revertir una situación clave: el apoyo era nulo y nada cambiaría. Si bien era una verdadera joya a pulir, dicho por propios y ajenos, nadie de la Asociación Argentina de Tenis (AAT) puso el ojo sobre sus condiciones. Formada en el club Teléfonos de Mar del Plata, en las manos de Bettina Fulco, creció como un verdadero proyecto “cuentapropista”. Y que se entiendan las comillas: Sierra configura un fenómeno construido a pulmón, con un plan de familia que, ante la falta de respaldo, decidió por todos los medios escapar de los inversores privados cuyos contratos suelen ser usureros. Desde el exterior, en cambio, todos la querían en sus filas.

Claro: lejos de ser una jugadora rudimentaria, desde chica Solana despliega un tenis contemporáneo, perfecto para los tiempos que corren, busca la iniciativa, genera aperturas y suele evitar los puntos cortos; más bien le gusta jugar a tres o cuatro pelotas y pararse bien adentro de la cancha. Esa pulsión inherente por buscar las líneas despertó el interés de la poderosa Federación Italiana de Tenis y de nada menos que seis universidades de los Estados Unidos. Sí: Sierra, la primera singlista en octavos de final de Wimbledon desde Paola Suárez en 2004, y la primera jugadora que llega a la instancia de las 16 mejores como lucky loser en la Era Abierta (1968), pudo haber jugado con la banderita de Italia pegada a su nombre en los cuadros oficiales de los torneos.

Dos de las univesidades interesadas fueron la de Virginia -de allí salió, por caso, Danielle Collins (54ª)-, con un muy buen equipo de tenis, y la de Columbia, de enorme prestigio académico en el mundo. “Es tentador si te dicen que tu hija va a estar becada en una de las mejores universidades del mundo, pero apostamos a que fuera una jugadora profesional”, aseveró papá Omar a este medio.

Por entonces a la pequeña Solana la vestía una reconocida marca de indumentaria radicada en la ciudad de Treviso, al norte de Italia, cuyos representantes en el país oficiaron de nexo para hacer un ofrecimiento difícil de rechazar: la Federación Italiana pretendía darle todas las herramientas necesarias y el apoyo económico para su desarrollo profesional, a cambio de que jugara de manera oficial con la bandera azzurra. No era para menos: Sierra había sido la número uno de Argentina en las tres categorías, sub 12, sub 14 y sub 16, y ya hacía ruido, con su agresivo estilo, en circuitos internacionales.

“Tenía 16 años y creo que ni siquiera se lo planteé. Hubiera sido un cambio fuerte para ella. Si jugás para otra federación puede implicar una incomodidad a futuro, porque ella es argentina y es otra cosa jugar con otra nacionalidad”, explicó su padre, sobre una posibilidad que, si bien no avanzó, era muy concreta. Es cierto: su familia siempre tuvo en la mesa los planes B de Italia y Estados Unidos por si en algún momento no pudieran solventar la etapa previa de la transición al profesionalismo. Pero la decisión era taxativa: Solana jugaría para la Argentina, pese al inexistente interés de la dirigencia nacional y de los sponsors locales -cuya mayoría invierte más en varones-.

En plena incertidumbre, mientras la familia buscaba el apoyo, apareció un respaldo determinante: logró un contrato de representación con la empresa Tennium, una de las firmas más reconocidas del ambiente en el impulso de jugadores y en la organización de torneos, con sede en Barcelona. La trama de la gestión para que apareciera una compañía de semejante fuste, para sorpresa general, tuvo lugar por impulso estrictamente privado, con nexos que contactaron a uno de los accionistas y managers mas relevantes de la compañía: el ex juez de silla Enric Molina. “Hoy el tenis femenino es diferente al de hace unos años: hay más pegadoras, con físico imponente, que buscan un juego más directo y de pocos tiros. Solana tiene esas facultades técnicas y físicas que le permiten jugar tan directo de jovencita”, le decía entonces el español a este diario, que por entonces siguió el caso muy de cerca.

Llamó la atención la vía para llegar al acuerdo porque desde las entrañas de Tennium en el plano local hay actores preponderantes: propietaria del Argentina Open, el torneo ATP más tradicional de la región -también tiene Amberes o el valioso Conde de Godó de Barcelona, y del Argentina Open femenino, que se juega desde 2021-, desde adentro no advirtieron el respaldo que necesitaba un proyecto del calibre del de Sierra, sobre todo porque al interior de la unidad local de la empresa había dirigentes de la AAT que también eran empleados con cierta voz de peso.

Lo cierto es que la primera aparición del apoyo privado internacional garantizaba, al menos en aquel momento, que Solana pudiera tener más puertas abiertas en adelante y siguiera como representante del tenis argentino; de lo contrario, quizá la historia hubiera sido diferente.

Papá Omar, siempre pendiente de los detalles de la carrera de su hija, sabe que los frutos llegarían tarde o temprano y que Wimbledon, ahora, es una ventana infinita: “En su momento se decidió que Solana no podía jugar como venía todo el arco del tenis femenino argentino durante mucho tiempo. Eso implicaba asumir riesgos: hoy estoy tranquilo porque ese plan entrega resultados”.

Y sentenció: “Hoy quedó a la vista que, si no jugás así, no vas a estar en los partidos más importantes. Tiene que haber un cambio en el tenis femenino argentino: formar entrenadores que empiecen a pensar cómo van a entrenar a sus jugadoras: ¿a no perder o a ganar? Solana siempre trabajó para salir a ganar, nunca esperó el error de la otra ni a tirar las pelotas para arriba. Desde sus formadores a todos los demás entrenadores que tomaron la posta siguieron la misma línea”.

Más allá del relato paracaidista que suele emerger en tiempos de bonanza deportiva, no apareció la AAT, ni en su momento ni con el reciente programa llamado “Beca Galperin al Mérito”, que entrega sustanciales premios en dólares para jugadores jovenes pero sólo destinado para varones, otra prueba de la doble dificultad del desarrollo del tenis femenino en este país. Tampoco aparecieron los sponsors privados más “sanos” del plano nacional. Nada. La Solana que vuela en el césped sagrado de Wimbledon, sin dudas, es un proyecto “cuentapropista”. Y qué proyecto.

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