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Las Abuelas encontraron al Nieto 140: “La verdad vuelve a imponerse al olvido y florece la identidad” | Nació en 1977 en un campo de concentración de Bahía Blanca



Estela de Carlotto entró del brazo de Adriana Metz al escenario de la Casa por la Identidad. La muchacha no dejaba de sonreír y se frotaba los brazos, como si tuviera que cerciorarse de que no estaba soñando. Había encontrado a su hermano, nacido en un campo de concentración de Bahía Blanca, después de décadas de búsqueda. La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo dijo que el hallazgo del Nieto 140 era un bálsamo para seguir a pesar de las circunstancias que marca un gobierno que busca arrasar con las políticas de Memoria, Verdad y Justicia. “Una vez más, la verdad arrasadora vuelve a imponerse al olvido y florece la identidad. Todavía falta encontrar a 300 nietos y nietas apropiados durante el terrorismo de Estado. Sigamos siendo ese país que iluminó al mundo en el camino de la memoria. Luchemos para que la verdad no se apague”, reclamó Carlotto.

El auditorio de la Casa por la Identidad, ubicado en el espacio de memoria que funciona en lo que fue el centro clandestino de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), estaba repleto. Lorena Battistiol Colayago, que busca a su hermano o hermana, repartía unas paletas con unos mensajes: “los hermanos sean unidos”, “tarda en llegar” y “vivan las abuelas”.

Los nietos que llegaron más temprano a la cita las fueron agarrando. Estaban Victoria Montenegro, Guillermo Pérez Roisinblit, Andrés La Blunda, Guillermo Amarilla Molfino, Pedro Nadal García, Belén Altamiranda Taranto y Horacio Pietragalla Corti, entre otros. Cuando comenzó la conferencia de prensa, todos y todas se agruparon alrededor de Estela de Carlotto, Adriana Metz y Manuel Goncalves Granada.

“Están los nietos que nos ayudan a seguir”, los saludó la presidenta de Abuelas. “A esta edad que yo tengo. Soy viejísima. Noventa y pico de años”, dijo Estela mientras despertaba carcajadas y aplausos.

A su derecha estaba Adriana, que no dejaba de sonreír. “Siempre sensible, inquieta y risueña, con su habilidad de tejedora, Adriana fue construyendo una red que la cobija y que hoy también abraza a su hermano”, celebró la presidenta de Abuelas.

Una familia diezmada

Adriana Metz buscó desde que tiene conciencia a su hermano. Ambos son hijos de Graciela Alicia Romero y Raúl Eugenio Metz, secuestrados en diciembre de 1976 en Cutral-Có, provincia de Neuquén.

Graciela –o “Peti” como la llamaban familiares y amigos– nació el 21 de agosto de 1952. Estudió economía hasta que se casó con Raúl. Él había nacido el 24 de agosto de 1953 en Bahía Blanca. Tenía un hermano gemelo; por eso, se había ganado el apodo de “Melli”. Los dos hermanos tenían militancia política y terminaron presos durante la dictadura de la Revolución Argentina en la cárcel de Bahía Blanca y en el penal de Devoto. Al tiempo, Raúl conoció a Graciela. Ambos se sumaron al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

Raúl trabajaba en el ferrocarril, como su papá y su hermano. Después de sufrir un intento de secuestro, se fue a buscar suerte a Cutral-Có. Consiguió un trabajo en una empresa constructora y tras él fueron Graciela y Adriana, que había nacido en octubre de 1975.

El 16 de diciembre de 1977, un grupo de tareas integrado por el Ejército y la policía de Neuquén irrumpió en la casa en la que vivía la pareja con su hijita de un año y unos pocos días. Se llevaron a Rául y a Graciela, que cursaba un embarazo de cinco meses.

Los represores dejaron a Adriana con un vecino. “Tomá, criala como si fuera tuya. No abras más la boca”, le aconsejaron. El hombre, por el contrario, contactó a la familia. Los abuelos Oscar y Elsa fueron a buscarla a Neuquén y la llevaron a Bahía Blanca para que creciera con ellos.

Raúl y Graciela permanecieron cautivos inicialmente en La Escuelita de Neuquén y después fueron trasladados hasta La Escuelita de Bahía Blanca. De él se perdió el rastro en enero de 1977, según se reconstruyó en los juicios que se sustanciaron por la represión en el V Cuerpo de Ejército.

Dos meses antes de que Graciela diera a luz, un médico la revisó en el campo de concentración y les dijo a los represores que deberían dejarla caminar. En abril de 1977, hubo revuelo en La Escuelita: se aproximaba el parto de Graciela. Entonces, no llamaron a médico alguno para que la asistiera.

Graciela pudo permanecer con su hijo unos pocos días. En una oportunidad, Graciela se cruzó con otra secuestrada, Alicia Partnoy, en un baño y pudo decirle que había tenido un varón. Alicia escuchó que uno de los interrogadores se había llevado al niño.

El 4 de diciembre de 1981, Alicia –que había logrado sobrevivir y exiliarse en los Estados Unidos– envió una carta manuscrita a la casa de los abuelos Metz para contarles que su nieto había nacido el 17 de abril de 1977. Oscar leyó la nota en voz alta. Sin que él lo supiera, Adriana escuchó también. Así se enteró de que su hermano había nacido.

El encuentro

El dato llegó a través de una denuncia anónima. Abuelas investigó y pasó la información a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). También intervino la Unidad Fiscal Especializada para Casos de Apropiación de Niños durante el Terrorismo de Estado (UFICANTE).

En abril, la Conadi contactó al hombre de 48 años, que había sido criado como hijo único por dos civiles. Él aceptó testearse en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) para comprobar si era hijo de detenidos-desaparecidos. El procedimiento se hizo a pesar de que tanto la Conadi como el BNDG están siendo desmantelados por el Gobierno de Javier Milei.

El viernes, la Conadi le informó al BNDG los resultados de los análisis. Ese mismo día, Manuel Goncalves Granada –nieto, secretario de Abuelas e integrante de la Conadi– llamó al Nieto 140 para darle la noticia. Charlaron durante una hora y media.

Recién al día siguiente, Goncalves fue al encuentro de Adriana para darle la noticia. Ella reía y lloraba. Flotaba en el aire como una libélula. Así se describió en la conferencia de prensa.

“Gracias a las Abuelas por enseñarnos que la búsqueda es colectiva y que tenemos que continuar por los 300 nietos que nos faltan a todos”. Antes de dejar el auditorio, Estela pidió que se derogue el decreto 351/2025 a través del cual Milei le sacó autonomía y autarquía al BNDG.

Una alegría colectiva

Daniel Santucho Navajas estaba dando una charla en una escuela de Mármol cuando recibió el mensaje de que había aparecido el Nieto 140. No dudó. Tomó tren, subte, tren y llegó hasta la exESMA, donde se encontró con su hermano Miguel “Tano” Santucho –que hace casi dos años experimentó la misma alegría que Adriana.

Ramón Inama se acercó hasta la Casa por la Identidad con su hermana Paula, la Nieta 139, que en enero restituyó su identidad. Victoria Montenegro andaba de un lado para otro. “En tiempos donde más de uno quiere abandonar la lucha, las Abuelas nos demuestran que si hay organización y conciencia todo es posible –inclusive hacer nacer a la vida a un hombre de 48 años”, dijo.

“Adriana es una gran persona, que dedicó su vida a buscar a su hermano, y lo encontró. Pero él no solo encontró a una hermana: encontró a la mejor que podía tener. Una mujer llena de amor, esperanza, perseverancia y una fortaleza que conmueve”, se emocionó Guillermo Pérez Roisinblit.

El Nieto 140 no estuvo durante la conferencia de prensa. Pero, al rato, fue al encuentro de su hermana. Otros compañeros de Abuelas que presenciaron el encuentro rompieron en llanto. “Aún estoy con él”, se apuró a contestar Adriana por WhatsApp cerca de las nueve de la noche. Demasiada historia para ser transmitida. Y demasiado amor para reparar tanto sufrimiento.



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