Planeta lleno, modelo económico contento | Debate sobre la baja tasa de natalidad

“Fructificad y multiplicaos. Procread abundantemente en la tierra y multiplicaos en ella”, dice el Génesis 9:1,7, en un mandato divino que plasma la orden de reproducirse y “dar frutos”. ¿Beneficios? ¿Alimento? ¿Amor? Elon Musk sigue con la ambición de habitar otro planeta mientras, en este, nacen cada vez menos humanos. La coartada le sirve a la ultraderecha para meter la cuña, responsabilizar a las aborteras y decir: “Ahora el miedo es que el mundo se quede sin gente”.
¿Quién teme a los bajos índices de natalidad en el planeta? Se dice que, para que haya un recambio generacional, la tasa de natalidad debería ser del 2,3%. En Argentina, viene bajando desde 2014 y actualmente ronda el 1,4%. “Se les pasó la mano en atacar a la familia, a las dos vidas, y ahora lo estamos pagando con caídas en la tasa de natalidad”, dijo Javier Milei la semana pasada, durante el cierre de la cumbre de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en la Argentina (AmCham) 2025.
En la pregunta sobre si somos más o no se esconden discusiones transversales a la vida. Hace algunos meses, la Encuesta Anual de Hogares reveló que más personas eligen tener mascotas y menos personas eligen tener hijos. El mandato de la reproducción o del amor romántico que impulsa la conformación de familias está en crisis.
“El amor no parece hoy la principal razón de la gente para tener hijos”, dice el obstetra Mario Sebastiani, autor del libro ¿Por qué tenemos hijos? (Paidós, 2012). La afirmación proviene de su experiencia clínica y de observar cómo las motivaciones para tener hijos se vinculan más con factores sociales y culturales que con el amor romántico. Pero el amor no es esta vez lo que aparece en el centro de la discusión sobre natalidad, sino el miedo a que el planeta deje de tener humanos que produzcan y consuman al ritmo necesario para que las naves de millonarios puedan despegar rumbo a Marte.
¿A qué le tiene terror la ultraderecha?
“Lo que más aterra a la ultraderecha de la baja en la natalidad es que no se alinea con la necesidad de crecimiento financiero ilimitado, a costa de cada gota de sangre y cada minuto de pantalla que el capital pueda extraer”, dice Julieta Massacese, docente universitaria y becaria posdoctoral del Conicet.
Para ella, se está intentando construir una amenaza social y moral para justificar el ajuste, el control sobre los cuerpos (especialmente de las mujeres) y formas de producción no saludables ni sostenibles, cuyo único objetivo es aumentar las ganancias de unos pocos a costa de la mayoría de la población.
Milei intentó establecer una relación de causalidad entre el derecho al aborto –legalizado en Argentina en 2020– y la baja natalidad, como una pepita de oro más en la construcción rimbombante de la batalla cultural.
“La crítica a la maternidad como mandato ha estado presente en la teoría feminista durante todo el siglo XX, incluso antes del brillante aporte de Simone de Beauvoir. Mónica Tarducci, antropóloga argentina, me enseñó sobre las viejas anarquistas que se negaban a parir bebés para las guerras y para la fábrica. Las feministas sabían que, en momentos de posguerra y ajuste, la apuesta era por la mitología de la ama de casa y la familia nuclear, recargando el trabajo no pago de las mujeres”, explica Massacese, quien forma parte de la Editorial Rara Avis, que tiene en su catálogo a la filósofa estadounidense Donna Haraway, una de las que vienen abriendo el panorama en relación con los mandatos de reproducción.
En unos meses, la editorial publicará Generar parentesco, no población. Discusiones feministas sobre el natalismo, un libro compilado por Donna Haraway y Adele Clarke, que revela una nueva serie de preocupaciones: “En primer lugar, la carga ecológica desmesurada que implican los bebés concebidos de forma tradicional o de diseño en los países desarrollados, que representa una huella de carbono insostenible. En segundo lugar, que la familia nuclear (cuyo nombre ya remite a la Guerra Fría) es un modelo que no se corresponde con las realidades ni las necesidades actuales. Por ende, sería más interesante plantear nuevos –y viejos– modelos de relaciones de parentesco ampliado que puedan dar cobijo a las personas que viven solas, a las personas mayores y a las criaturas que no han sido adoptadas”, explica en diálogo con Página/12.
Esta serie de discusiones plantea obstáculos para el afán natalista que pregona la ultraderecha: el amor hacia los fetos y la hipocresía de sostener que lo que importa son los bebés. ¿Acaso hay preocupación por los índices de natalidad en los países más pobres del mundo? ¿Por qué el desasosiego por el niño por nacer y no por los bebés que nadie protege en las guerras? ¿No es contradictorio alentar la natalidad y, al mismo tiempo, profundizar las políticas antimigratorias?
“Cuando los Estados postulan políticas natalistas, quieren ciertos tipos de bebés, al tiempo que recortan derechos sexuales, reproductivos y humanos en general. La natalidad no cayó en África, pero no quieren inmigrantes; tampoco quieren bebés indígenas ni buscan proteger a los bebés que nacen en Gaza”, concluye Massacese.
El aborto, afuera
Para alentar a los pañuelos celestes que ven en la gestión libertaria una oportunidad de derogar la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, Milei utilizó la fórmula que equipara aborto con asesinato: “Nos hubiésemos ahorrado bastantes asesinatos en los vientres de las madres”. Es la estrategia fogoneada por los ideólogos liberales que insisten en que las feministas son un estorbo para que al país le vaya bien.
“Me parece perversa la relación que se intenta instalar entre la baja natalidad y el aborto. No hay ninguna relación”, explica Andrea Paz, socióloga y rondera feminista de la Fundación Soberanía Sanitaria.
“Las legalizaciones del aborto otorgan mayor seguridad a los procesos de decisión, pero no hay vínculo entre la legalidad y un aumento de la práctica. Lo que sí sucede es que, al haber legalidad, comienza un registro por parte del Estado que, cuando la práctica estaba en la ilegalidad, era invisibilizado”, relata Paz.
En todos estos años de implementación de la ley, se crearon políticas públicas que apuntaron a la educación sexual integral, los métodos anticonceptivos y el acceso a la información como mecanismos de prevención de embarazos no deseados.
La Dirección Provincial de Equidad de Género en Salud de la Provincia de Buenos Aires tiene un dato revelador: en abril de este año, se realizó una convocatoria en La Matanza para hacer vasectomías, y en una semana se anotaron 3.000 varones.
“Cada vez que, en la provincia de Buenos Aires, generamos políticas de acceso a la vasectomía, la demanda es alta. Esta semana hicimos una capacitación de capacitadores y se realizaron, en tres días, 49 vasectomías. No faltó ninguno de los convocados”, relata la directora provincial, Carlota Ramírez.
Para Andrea Paz, es necesario prestar atención al hecho de que muchos jóvenes varones sin hijos se acercan a hacerse vasectomías: “No es que no quieren tener más hijos, es que directamente no quieren tener hijos”.
Una de las cuestiones que también señaló Milei en su discurso fue “el rol fundamental que tiene la población en el crecimiento económico”. Y ahí está la clave: si no hay gente, el modelo económico liberal no tiene cabida; si hay modelos de familia alternativos al tradicional, tampoco; y si las personas pueden decidir sobre sus cuerpos, mucho menos. Entonces, lo que inquieta es que la humanidad ya no dé frutos abundantes en la tierra. Es decir: beneficios a costa de explotación.