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Una de las cosas que más extrañaremos de David Lynch es su reporte del clima en YouTube


El clima lynchiano es así una sublimación paradójica de este intento, y no es casualidad que cuando el propio director tenía que sugerir a sus actores que rehicieran una escena les decía “Más viento, más viento“. Las condiciones atmosféricas como metáfora de la apertura del alma humana y artística, pero también una especie de contrapeso a las complicaciones involutivas de la mente y la comunicación: o llueve o hace sol, o hace frío o hace calor. Solo reduciendo los elementos plausibles y transformándolos en una especie de mantra artístico se puede acariciar una mayor conciencia, como en lo que, después de todo, ha sido otra de sus obsesiones durante casi cincuenta años, a saber, la meditación trascendental. Dedicando 20 minutos al día a sus sesiones de meditación y el resto del tiempo a una extenuante lucha contra lo evidente, en sus entrevistas Lynch, quizá precisamente por desconfiar del poder de las palabras, hablaba casi siempre de forma muy escueta y llana, pero nunca sin destellos. Lo mismo hizo en estos partes meteorológicos, engañándonos una vez más con una sencillez que es cualquier cosa menos superficial.

Como todos los grandes maestros, David Lynch puede definirse de todas las maneras y de ninguna. Camaleón, sin embargo, es una de las etiquetas iridiscentes que podrían encajar mejor. Pero, incluso aquí, con una pequeña desconexión: Lynch fue fenomenal sobre todo en las transformaciones que podría haber emprendido y no persiguió. Tras El hombre elefante, su consagración como director en 1980, George Lucas le ofreció la oportunidad de dirigir El retorno del Jedi: la rechazó, pero su cerebro ya explotaba ante la mera sugerencia de en qué se convertiría La guerra de las galaxias. En 2022, sin embargo, hizo un cameo de unos segundos en Los Fabelman, la epopeya autobiográfica de Steven Spielberg, como el gran John Ford, con parche en el ojo: ¿qué clase de actor habría sido Lynch si se hubiera permitido más delante de la cámara?

Pero sobre todo: ¿qué revolución filosófica habría infundido en el mundo si, en lugar de director, hubiera sido meteorólogo? Es difícil saberlo, aunque una vez más es él mismo quien nos da una clave para desactivar la incredulidad y el desánimo que siguen a su muerte: “Hermosos cielos azules y sol dorado a lo largo de todo el camino” era la frase con la que a menudo cerraba sus boletines, empujando nuestra atención un poco más hacia una luz que sigue deslumbrando a pesar de todo. Tranquilizador, o no: seguimos hablando de David Lynch.

Artículo originalmente publicado en WIRED Italia. Adaptado por Mauricio Serfatty Godoy.



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