El juicio de Meta muestra los peligros de venderse

Meta tiene mucho en juego en la demanda actual de la Comisión Federal de Comercio (FTC, por sus siglas en inglés) en su contra. En teoría, un veredicto negativo podría resultar en la disolución de la empresa. Pero el CEO Mark Zuckerberg enfrentó una vez una amenaza aún mayor.
En 2006, sus inversionistas e incluso sus empleados lo presionaban para que vendiera su startup de dos años de antigüedad y obtuviera una ganancia rápida. Facebook todavía era una red social universitaria, y varias empresas estaban interesadas en comprarla. La oferta más seria provino de Yahoo, que ofreció la asombrosa suma de mil millones de dólares. Sin embargo, Zuckerberg creía que podía convertir la empresa en algo mucho más valioso. La presión era intensa y, en un momento dado, aceptó en principio la venta. Aunque inmediatamente después, una caída en las acciones de Yahoo llevó a su entonces líder, Terry Semel, a solicitar un ajuste de precio. Zuckerberg aprovechó la oportunidad para cerrar las negociaciones: Facebook seguiría en sus manos.
“Sin duda, ese fue el momento más estresante de mi vida”, me confesó Zuckerberg años después. Por eso resulta irónico observar, a través del testimonio de este juicio, cómo trató a otros dos grupos de fundadores en situaciones muy similares a la suya, pero a quienes compró con éxito.
Zuckerberg supo cómo comprar sueños
El meollo del actual juicio de la FTC gira en torno a cómo el juez James Boasberg, del Tribunal de Distrito de EE UU, definirá el mercado de Meta, enfocándose en las redes sociales o, como argumenta la gigante tecnológica, en el ámbito más amplio del “entretenimiento”. Sin embargo, los primeros testimonios revelaron los detalles de la exitosa adquisición de Instagram y WhatsApp por parte de Zuckerberg, dos empresas que, según el gobierno, ahora forman parte del control monopolístico ilegal de Meta sobre las redes sociales. El juicio también mencionó el caso de Snapchat, que se resistió a la oferta de 6,000 millones de dólares de Zuckerberg y tuvo que lidiar con la copia de sus productos por parte de Facebook. Dejando a un lado los aspectos legales, la forma en que estas empresas se vieron afectadas por la oferta de Zuckerberg convirtió los primeros días de este caso en un estudio drástico e instructivo sobre la dinámica de adquisición entre pequeñas y grandes empresas.
Aunque casi todas estas narraciones se han retratado a lo largo de los años, incluso las documenté con bastante detalle en mi libro de 2020 Facebook: The Inside Story (Facebook: La historia por dentro), fue impactante ver a los protagonistas testificar bajo juramento sobre lo sucedido. En su testimonio, los testigos estrella, Zuckerberg y el cofundador de Instagram, Kevin Systrom, coincidieron en los hechos, pero sus interpretaciones fueron contradictorias. En 2012, Instagram estaba a punto de cerrar una ronda de inversión de 500 millones de dólares, cuando de repente la pequeña empresa se vio en juego, con Facebook pisándole los talones. En un correo electrónico de aquel momento, el director financiero de Facebook le preguntó a Zuckerberg si su objetivo era “neutralizar a un posible competidor”. La respuesta fue afirmativa. Esa no fue la forma en que se lo presentó a Systrom y al cofundador Mike Krieger. Zuckerberg les prometió a los cofundadores que controlarían Instagram y podrían hacerla crecer “a su manera”. Tendrían lo mejor de ambos mundos: independencia y los enormes recursos de Facebook. Ah, y la oferta de mil millones de dólares de Facebook duplicaba la valoración de la empresa en la ronda de financiamiento que estaba a punto de cerrar.
Todo funcionó a la perfección durante unos años, pero entonces Zuckerberg empezó a negarle recursos a Instagram, que sus cofundadores habían convertido en una gigante. Systrom testificó que Zuckerberg parecía envidiar el éxito y la popularidad de Instagram, afirmando que su jefe “creía que estaban perjudicando el crecimiento de Facebook”. Los desaires de Zuckerberg acabaron llevando a los fundadores de Instagram a marcharse en 2018. Para entonces, Instagram valía posiblemente cien veces el precio de compra de Zuckerberg. El botín de Systrom y Krieger, aunque considerable, no reflejaba el fantástico valor que habían generado para Facebook.
Vender o vender, no hay más
Los fundadores de WhatsApp cosecharon una compra estratosférica: en 2014, Zuckerberg invirtió 19,000 millones de dólares para adquirir su entonces diminuta operación. Pero, como se relata a través del testimonio de algunos de sus ejecutivos y financiadores, la adquisición dependía de las promesas de que los cofundadores Brian Acton y Jan Koum mantendrían el control. Los cofundadores de WhatsApp odiaban la publicidad y se mantenían firmes en que nunca debería aparecer ningún anuncio en su servicio. Sin embargo, los documentos presentados en el juicio indicaban que Facebook basaba su valoración en la premisa de que WhatsApp se monetizaría, aparentemente con esos anuncios despreciados. Los fundadores se marcharon en 2018, cuando quedó claro que Zuckerberg llevaba la voz cantante. “Les propuse ciertos principios, incluso públicamente, a mis usuarios, y les dije: ‘Miren, no vamos a vender sus datos ni sus anuncios’. Así que me di la vuelta y vendí mi empresa”, me comentó el cofundador Brian Acton. Según Acton, su penitencia por este “crimen” fue gastar 50 millones de dólares para crear la Fundación Signal.
Aunque estos fundadores fueron presionados para vender, no hubo pistolas en sus cabezas, y sí cobraron a cambio de perseguir sus sueños. Así que no deberíamos sentir lástima por ellos. Pero últimamente, en Silicon Valley se ha hablado mucho de la teoría del “Modo Fundador” del gurú de las startups Paul Graham, que asume que la persona con mayor responsabilidad en la creación de una empresa es la mejor para dirigirla, y que el mundo mismo se beneficia de estas personas. Por supuesto, Zuckerberg es un fundador icónico. Pero el juicio está revelando una narrativa que va más allá del argumento legal de la FTC sobre las adquisiciones anticompetitivas: la tendencia de Zuckerberg a eliminar a los fundadores para promover sus propios objetivos.