La feria que nunca duerme, hoy está en pausa | Cómo viven el cierre los feriantes y trabajadores de La Salada

Desde el 22 de mayo la parte más importante del predio de La Salada permanece cerrada, las principales ferias Urkupiña, Punta Mogote y Ocean tienen paralizada su actividad luego de la detención de Jorge Castillo, conocido como el “Rey de La Salada” en un operativo de 62 allanamientos en el marco de una investigación que instruye el juez Luis Armella y la fiscal Cecilia Incardona. Mariana Berbeglia, secretaria general del Sindicato Único de Trabajadores de Ferias (sutfra) comunicó a través de sus redes sociales que la feria volverá a abrir sus puertas muy pronto y que esa reapertura “marca un paso histórico hacia la formalización”.
“La Salada y Mercado Libre son lo mismo” decía Juan Grabois en estos días en una entrevista en la radio. “Son espacios que te alquilan para que vos vendas un producto, después el producto puede ser en blanco, en negro, puede ser robado, puede ser legítimo, puede ser una marca, puede ser de imitación, puede ser distintas cosas, hay alguien que te lo alquila”, explicaba el referente de Argentina Humana. Su razonamiento plantea una pregunta: ¿Alguien podría pensar que si alguna vez detienen a Marcos Galperín se cierre la plataforma de Mercado Libre?
Miles de personas quedaron sin trabajo de la noche a la mañana, con la mercadería retenida y la incertidumbre laboral los reclamos no tardaron en llegar: hubo cortes de ruta en Puente la Noria y manifestaciones frente a la Municipalidad de Lomas de Zamora: “Pagamos las consecuencias de lo que hacen mal los que administran”, dice Marcela, tiene 55 y hace 8 que trabaja en La Salada. Su puesto es una cafetería en Punta Mogote, llega al local los lunes, miércoles y sábados a las 4 de la mañana, para tener todo listo cuando abre la feria a las 7 de la mañana: “Nosotros tenemos todo en regla, investigan por otros delitos y el que paga es el que menos tiene”, lo que explica Marcela es de lo que más se escucha hablar en estos días de clausura, un ecosistema de trabajadores y trabajadoras cuyas vidas dependen directamente de la actividad comercial en el predio.
“La Salada logra combinar microeconomías proletarias con una gran red transnacional de producción y comercio”, dice la socióloga Veronica Gago en “La razón neoliberal, economías barrocas y pragmática popular”, un libro que es una reescritura de su tesis doctoral. Allí dedica un capítulo entero a la Feria de la Salada y describe el ensamblaje entre las prácticas “desde abajo” (ferias, talleres textiles, las villas) con dinámicas de subordinación y explotación propias del mandato capitalista posmoderno.
Según Gago, La Salada es un entramado multitudinario de producción de bienestar no estatal. Con el proyecto flamante de convertirla en mercado de alimentos, la feria realiza de un modo paradojal y diverso lo que se propusieron, en el momento cúlmine de la crisis argentina de 2001, múltiples experiencias de la economía social: abaratar los costos, eliminar intermediarios, contribuir al consumo masivo y popular.
Tierra de nadie
Viviana está en La Salada desde los 10 años, ahora tiene 44. Su puesto es heredado de sus padres: “Este lugar cuando yo era chica era tierra de nadie, no había asfalto, no estaba urbanizado, eran piletas abandonadas. Y hoy es otra cosa bien diferente. La primera que estuvo era Urkupiña que estaba atrás”, cuenta. En La Salada hay diferentes estructuras legales, algunas son sociedades anónimas y otras cooperativas, Viviana está en una cooperativa de 700 personas: “Las cooperativas son organizaciones sin fines de lucro, todos los espacios dependen de todos los socios, sin embargo, una sociedad anónima o una SRL, depende de cuántas acciones tenga cada socio, cuánto haya aportado durante todo lo largo de su vida hasta la fecha, en qué momento ingresó, son distintas formas y en La Salada conviven las dos”, explica.
La Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos (USTR) publica anualmente un informe sobre “mercados notorios” (Notorius Markets) por la falsificación y la piratería, La Salada ha sido incluida en estas listas. El 21 de junio de 2017, la División de Fuerzas Especiales de la Policía bonaerense (GAD) detuvo a Jorge Castillo considerado por el Departamento de Comercio de Estados Unidos a cargo de “el mercado negro más grande de Latinoamérica”, esto sucedía en el anterior gobierno de Donald Trump.
En abril de 2024, Estados Unidos volvió a colocar a Argentina en una lista de países a observar (priority watch list) por sus deficiencias con la propiedad intelectual. El informe nombraba a La Salada y decía “Siguen siendo altas las ventas de productos falsificados en otras locaciones físicas en mercados más pequeños y a través de vendedores callejeros, en el barrio de Once en Buenos Aires y a lo largo de todo el país”, señala el reporte al que todo el mundo conoce como “la 301″.
Pagan los que menos tienen
La salada fue gestado por comunidades migrantes principalmente de Bolivia que se instalaron a orillas del Riachuelo en un predio en donde funcionaban piletas -balneario público- y con modestas estructuras improvisadas para la venta. Según Gago, La Salada es un espacio clave para entender la “globalización no hegemónica” o “popular desde abajo”, lo que implica que su origen y desarrollo no siguen los patrones tradicionales del comercio hegemónico global, sino que surgen de iniciativas populares y comunitarias.
En estas semanas, el engranaje de trabajo que combina dueños fundadores, administradores, recaudadores, feriantes, cooperativistas, paisanos y familias entró quedó bloqueado y la pregunta de Marcela resuena: ¿Por qué pagan lo que menos tienen?
Matías López es doctor en comunicación en la Universidad Nacional de La Plata señala que “La Salada estará atravesada, trágica y brutalmente, por las lógicas mafiosas que el propio funcionamiento estatal apadrina y necesita para con ciertos sectores sociales. Aquí el Estado se mostrará con rostro de jefatura de policías o de policías de civil antes que de asistente social o de políticas reparadoras del tejido social”, dice a propósito de “Sangre Salada. Una feria en los márgenes” de Sebastián Hacher, publicado por la editorial Marea en 2011.
“Hace 20 año que voy a comprar a La Salada y nunca sufrí un robo”, dice Laura que describe sus visitas al predio con lujo de detalle, es una auténtica habitué. “Ahora el metro cuadrado de La Salada debe estar mas caro que el metro cuadrado de Puerto Madero, lo que funciona allí es inconmensurable y las diferencias de precio son abismales,comparado con La Plata, que es donde yo vivo, puede haber entre un 150% y 200% de diferencia”, cuenta.
Laura suele llegar a la madrugada, cuando también arriban los micros de las distintas provincias para llevar mercadería a cada rincón del país, una de sus paradas es la cafetería de Marcela, quien no ve la hora de regresar a su local. Desde el día del cierre que no lo volvió a pisar, la situación le recuerda a los tiempos de la pandemia. “Acá hay mucha gente que trabaja por el dia y para comer en el día, sino trabaja no come”, dice. Y a pesar de que ve un horizonte de resolución en el corto plazo, rescata la solidaridad que experimentaron durante las protestas: “Fue muy movilizador, yo creo que esto no se hubiera logrado si los de abajo no nos hubiéramos unido”.