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Negacionismos, conspiraciones y ultraderechas que ven fantasmas por todas partes | Cada vez más “grupos antisistema” crean confusión porque “todo es materia opinable” 



Hay grupos que desconfían de la existencia de los dinosaurios y otros que niegan el cambio climático; algunos desestiman la teoría de la evolución o desconfían de las vacunas; y también están los que piensan que la Tierra es plana. Cuestionan la fiabilidad del conocimiento científico y en el presente sus voces se amplifican al hallar eco en el discurso oficial. Sí, hay jefes de Estado que promueven el oscurantismo: Donald Trump y Javier Milei siembran dudas sobre fenómenos híper probados por los laboratorios a lo largo de la historia. La hipótesis subyacente es que ser anticiencia podría manifestarse como una actitud de la derecha. Sin embargo, ¿es tan así? ¿Los que se identifican con un pensamiento más progresista no descreen algunas veces de las evidencias científicas?

Una sola generalización, solo a efectos de ordenar el relato. ¿Qué es ser un negacionista? Pueden definirse como grupos que, en buena parte de los casos, denuncian que han vivido engañados y que quieren liberar a otros para que no se sientan atados a vivir bajo el yugo de la ciencia. Exhiben una especie de paranoia por un complot de grandes magnitudes que se ha orquestado en su contra. También demuestran una moral de la libertad que los invita a definirse como “librepensadores”. Muchos, incluso, no solo son anticiencia, sino también anti-Estado, antisistema.

Ana María Vara, investigadora del Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Martín, dice a Página 12: “La ultraderecha busca confundir al público. Parte de estas estrategias negacionistas se vincula con crear confusión. Si se crea desorden en la vida civil, los poderes económicos prevalecen. No es necesario construir algo, alcanza con destruir la esfera pública”.

El relativismo absoluto de esta época habilita a una premisa: todo es materia opinable. La evidencia científica no se tiene en cuenta, porque todo punto de vista vale lo mismo. De esta manera, se borra de un plumazo décadas y décadas —en algunos casos siglos— de acumulación de conocimientos. La posverdad, como pantano fundamental en que germinan las fake news, desplaza las fronteras de lo creíble y ya no interesa tanto cuánto un discurso (una representación) puede ajustarse a los hechos. Además, las teorías conspirativas, de tan espectaculares, atraen a varios.

Un negacionismo conduce a otro

En la práctica, no todos los negacionismos son iguales. En concreto, no es lo mismo negar la seguridad y la eficacia de las vacunas y, por lo tanto, dejar de inmunizar a los hijos; que afirmar, pese a toda la evidencia de siglos y siglos de historia, que la Tierra es plana. Sin embargo, también es cierto que la simpatía por una idea conspirativa puede conducir a la otra. Al menos en la reunión dinonegacionista realizada a fines del mes pasado en la puerta del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, quienes desconfiaban de la existencia de los dinos realizaban el saludo de los terraplanistas.

Claudio Cormick, filósofo del Conicet que sigue el tema desde cerca, comenta al respecto: “Hay algo interesante a propósito de los ‘negacionismos raros’, como el dinonegacionismo, y es que en algún sentido no son tan diferentes del terraplanismo, sino que es medio un continuo con el terraplanismo. Incluso antes de confirmar, instagram mediante, que el perfil que convocaba a la jornada de ‘dinonegacionismo’ era uno impulsado por el tristemente célebre Iru Landucci, uno de los promotores de esta repetición tercermundista de la moda del terraplanismo, sospechábamos que iba por ese lado”.

Luego, Cormick continúa con su explicación y se anima a conceptualizar el asunto. “Los terraplanistas son individualistas epistemológicos, descreen del valor del testimonio experto como fuente de conocimiento, y creen en una visión extremadamente ingenua del ‘espíritu científico’, según la cual hacer ciencia significaría no creer en el testimonio de nadie más e ir a chequear todo de primera mano”. Tan desafiante como imposible.

Y para rematar, agrega: “Si no aceptás el testimonio como fuente de conocimiento, es bastante obvio que dirías cosas como ‘ah, yo no vi dinosaurios’”. Basta con mirar las ‘Clues’ de Mark Sargent, un terraplanista muy influyente de YouTube, para notar la manera en que también es negacionista de la llegada a la Luna, la existencia de la Antártida y la existencia de los volcanes como fenómenos naturales.

Antivacunas, los más peligrosos

Como nunca en la historia, los seres humanos poseen acceso a una cantidad ilimitada de información. Las IAs como oráculos virtuales han potenciado esta situación que parece no tener fin. De hecho, cada vez con mayor recurrencia, las personas consultan sus síntomas en internet y se automedican. Los médicos, en la imaginación de muchos, comienzan a ser reemplazados por buscadores potentes. Sin embargo, acceso no equivale a calidad informativa.

Colocar las decisiones de salud en manos de los ciudadanos algunas veces puede ser problemático. Es el modus operandi de Robert Kennedy Jr., el actual Secretario de Salud de EEUU, polémico antivacunas que invita a las familias a buscar información por su cuenta antes de inmunizar a sus hijos.

El negacionismo en salud tuvo su ejemplo en Sudáfrica, que a comienzos de siglo experimentó una crisis de salud pública ligada al VIH. El presidente Thabo Mbeki se opuso a la evidencia científica, negó que los antirretrovirales pudieran controlar la epidemia y sostuvo que el virus no causaba el sida. Así, aconsejado de mala manera, terminó por recomendar remedios alternativos basados en un cóctel de ajo, remolacha y jugo de limón. Como resultado, se cree que fue el responsable político de 300 mil muertes en el lustro que va desde el 2000 hasta el 2005.

Vara apunta que la resistencia a las vacunas es tan antigua como el desarrollo de las propias vacunas y no tiene necesariamente que ver con pensamientos conservadores o de derecha. “Las vacunas poseen elementos intrínsecos que dificultan su aceptación. Es una intervención médica preventiva, es decir, se suministra a personas sanas. Hay que explicar muy bien qué es la prevención, porque cualquier intervención médica supone eventualmente un riesgo más allá del beneficio”, destaca.

Así es como la duda y el escepticismo que contagia la ciencia y su pensamiento crítico pueden ser aprovechados para desconfiar del propio conocimiento. No obstante, una cosa es dudar por el simple hecho de dudar y otra distinta es dudar con el objetivo de aprender luego. Hay una diferencia, entonces, entre la duda como ejercicio ciego y sordo, y la duda como método.

¿La ciencia no tiene ideología?

Aunque el pensamiento esquemático —sobre todo el dual— es más confortable y digerible, en la práctica las cosas son más complejas. “La resistencia a la ciencia y a la tecnología no es para nada patrimonio de la derecha. Al contrario, la derecha en muchos casos ha apoyado muchísimo ciertas tecnologías. Si uno piensa en la resistencia a los transgénicos, o bien, en los avances nucleares, vas a encontrar que toda la gente que votó a Trump en EEUU es recontra pro transgénicos, pesticidas y apoya lo nuclear”, explica Vara.

Y sigue con su razonamiento con otro ejemplo: “Era un lugar común contar la historia de la iglesia demorando el desarrollo de la ciencia, cuando en realidad la propia iglesia propició muchos avances científicos. El calendario que usamos en la actualidad y el desarrollo de la astronomía estuvieron ligados a los sectores religiosos en distintas culturas”.

En el presente, Milei y Trump, que coinciden en ajustar a la ciencia y despotricar contra las universidades de prestigio son, al mismo tiempo, quienes abrazan ideas sin sustento científico. De hecho, tras su asunción, lo primero que hizo el presidente norteamericano fue iniciar la salida de su país de la Organización Mundial de la Salud y del Acuerdo de París. Dos organismos que gestionan la distribución equitativa de vacunas y el combate del cambio climático, respectivamente. El libertario local siguió el mismo camino y en reiteradas ocasiones dijo que el cambio climático era otra “mentira del socialismo”.

Si bien, desde el punto de vista de Vara, la ciencia y las creencias oscurantistas no son patrimonio de la derecha ni de la izquierda, sí existe un perfil puntual que asumen los grupos de ultraderecha, especialmente los ligados a las grandes esferas de poder. “Los hermana un ataque contra el rol regulador del Estado, en la medida en que esconden intereses financieros de grandes empresas”, comenta. Y está pensando, por caso, en Elon Musk; y en sus contradicciones, claro. “Su amor por el desarrollo tecnológico lo llevó a potenciar Tesla. Autos eléctricos como una vía para combatir el cambio climático, aunque ahora niegue el cambio climático”, agrega la experta en estudios sociales de la ciencia y la tecnología.

Milei, Trump y dos modos de ser anticiencia

Para Valeria Edelsztein –química del Conicet y destacada divulgadora científica. Edelsztein–, al menos, hay dos sentidos distintos en los que alguien puede ser considerado “anticiencia”. El primero se podría vincular con “rechazar explícitamente la ciencia diciendo que no debe ser considerada superior a otras formas de presunto conocimiento como los saberes ancestrales, la tradición, la intuición o el sentido común”. El segundo, por su parte, se relaciona con una actitud de personas que “incluso pretendiendo hablar en nombre de la ciencia, defienden posiciones que, en los hechos, contradicen el conocimiento científico establecido. Por caso, alguien que diga defender a la ciencia, pero niegue el cambio climático”.

Luego continúa con su explicación: “Si se trata de ser anticiencia en el primer sentido, lo encontramos en alguna gente de derecha, pero no en toda, y también lo encontramos en gente que es, o cree ser, progresista”. En Trump, por ejemplo, hay declaraciones del tipo “yo esto lo sé porque lo dicen mis entrañas”; “puedo aprender más de mis entrañas que del cerebro de cualquier otra persona”. Esta reivindicación del “conocimiento” intuitivo, que sale de las tripas, dice la investigadora, se encuentra en Trump, pero no en Milei.

“Milei todo el tiempo dice creer en la ciencia, en el ‘método científico’, y lo ve como un motor del desarrollo humano. Y así como no toda la gente de derecha es anticiencia en este primer sentido, definitivamente no toda la gente que es anticiencia en este primer sentido es de derecha”. Después, Edelsztein complejiza aún más las cosas. “En nuestro relevamiento sobre la astrología, en particular, encontramos discursos que atacaban a la ciencia por su supuesta conexión con el capitalismo y el patriarcado. Es el discurso de gente peligrosa y dañina que hace “astrología feminista”, como AstroMostra, Lu Gaitán o Agostina Chiodi, que no colocaríamos a la derecha del espectro político”.

En relación al segundo sentido, el ejemplo es el negacionismo del cambio climático. “Acá sí, sin duda, Trump y Milei están del mismo lado, que es el de poner en cuestión la existencia del calentamiento global antropogénico. En este sentido, sin duda el ser de derecha, y en particular el ser de una derecha abierta y explícitamente pro-mercado, tenía que conducir a un conflicto con resultados de la ciencia en la medida en que se fue poniendo de manifiesto que el libre juego de las fuerzas de la oferta y la demanda en el mercado capitalista tenía consecuencias desastrosas para la vida en la Tierra”. 



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