El zigzagueante camino del gobierno de Starmer a un año de su llegada | El laborismo británico no logra definir un rumbo claro y mermó su aprobación

Desde Londres
Unos pasos a la derecha, alguno a la izquierda, otro por el centro y el patético espectáculo de la marcha atrás. A un año de ganar las elecciones con una aplastante mayoría parlamentaria, el primer ministro laborista Sir Keir Starmer no consigue definir un rumbo político y trata de solucionarlo con pastiches de este estilo. Los anuncios de inversión pública se acompañan de recortes innecesariamente draconianos al estado de bienestar, se incrementa del gasto en salud y vivienda y se anuncia la persecución a la protesta propalestina y medidas antiinmigratorias, una mano de cal, otra de arena, con una mano final que deshace ambas y deja todo en el mismo lugar.
El efecto de este desconcertante zigzagueo se vio como nunca en esta semana en que el gobierno cumplía su primer año. Forzado por una feroz rebelión de su propio partido, la ministra de finanzas Rachel Reeves decidió archivar una palanca esencial para la “reforma y modernización del sistema de Bienestar Social”: la reducción de la ayuda a discapacitados. Ni la mayoría de 164 diputados en el parlamento le sirvió para evitar la foto más relevante de estos 12 meses laboristas: la ministra de finanzas lagrimeando en pleno debate parlamentario en un país poco afecto a la exhibición sentimental. Para rematar la faena de una semana simbólica, una diputada separada del bloque parlamentario el año pasado, Zarah Sultana, anunció un día más tarde, el jueves por la noche, que se unía a Jeremy Corbyn, predecesor de Starmer en el liderazgo partidario, para formar una nueva fuerza de izquierda.
Los sondeos muestran que tanta ida y vuelta está erosionando el apoyo al primer ministro que cayó del 44% el 4 de julio del año pasado al 28% hoy. Mucho más alarmante, el beneficiario de esta caída es Nigel Farage, líder del ultraderechista Reform UK, que si las elecciones tomaran lugar hoy obtendría una mayoría parlamentaria del desorientado electorado británico.
Sin dinero a ninguna parte
Starmer ganó las elecciones con la promesa de poner fin a los 14 años de austeridad que había sufrido el país bajo seis gobiernos conservadores. Pero temeroso de los mercados y los medios hegemónicos, el laborismo había asegurado al mismo tiempo en su plataforma que no aumentaría impuestos ni se endeudaría: bastaría la magia de un gobierno ordenado para que el crecimiento económico financiara la urgente inversión que necesitaban la economía y sus deteriorados servicios públicos.
La izquierda laborista al igual que organizaciones no gubernamentales como la Tax Justice Network alentaban por el contrario un aumento impositivo a los más ricos, una eliminación de las más de mil exenciones que disfrutan las corporaciones y un relajamiento de los criterios para emitir deuda.
Ante esta encrucijada, con un líder poco carismático y audaz y una ministra de finanzas, formada en la ortodoxia del Banco Central de Inglaterra, el gobierno cometió el primer desastroso error de este año. A tres semanas de asumir anunció que había descubierto un agujero en las finanzas públicas equivalente a unas 20 mil millones de libras y que, por consiguiente, se veía obligado a hacer lo que había prometido no hacer: ajustar el gasto social. La eliminación del subsidio anual energético de 300 libras que percibían unos 10 millones de jubilados fue recibido con satisfacción por los mercados, descontento en los británicos y fuertes debates en el interior del partido laborista.
La rebelión interna creció con los meses hasta obligar al gobierno a dar marcha atrás este año, restaurando el subsidio a un 75% de los jubilados y haciendo un moderado giro a la izquierda en junio con anuncios de inversión multimillonaria en transporte, infraestructura y vivienda. Acto seguido, la dupla Starmer-Reeves cometió el segundo garrafal error de estos opacos 12 meses: el proyecto de ley para la reforma del sistema de bienestar social. En un espectáculo lamentable, el gobierno intentó desactivar la rebelión interna con distintas concesiones hasta que esta semana archivó el capítulo más urticante de la reforma: la eliminación de beneficios a los discapacitados.
¿Está todo perdido?
El ascenso de Farage en las encuestas, que se está deglutiendo con asombrosa facilidad a los conservadores, está también impactando en el voto laborista y en una enrarecida atmósfera de debate público. Starmer ha agravado las cosas con su posición descaradamente proisraelí y su decisión de proscribir a una agrupación política propalestina que había hecho pintadas en una fábrica que vendía armas al gobierno de Benjamin Netanyahu.
El voto musulmán es fundamental en muchas circunscripciones electorales y el apoyo a la causa palestina ha sido constante y transversal desde septiembre del año pasado con manifestaciones semanales en diferentes lugares del país. Pero el desencanto va más allá. Entre los desilusionados figura el famoso actor Steve Coogan, laborista de décadas, que ahora se pasó a los verdes. “Keir Starmer está intentando mitigar los peores excesos de un sistema en ruinas. Estamos poniendo curitas en el Titanic y facilitando el ascenso de un payaso de ultraderecha. Esto tiene una causa de fondo: la pobreza y el declive económico en un paisaje post-industrial. Si el laborismo soluciona esto, Reform UK desaparece del mapa”, declaró en una entrevista publicada hoy por el The Guardian.
Tiempo hay: las elecciones son en el 2029. Con la inversión pública en marcha, con una nueva política exterior de acercamiento a la Unión Europea y un acuerdo comercial con India y otro con Donald Trump, la economía podría reactivarse. “Lo importante es que estas medidas sean visibles para la mayoría del público y que lleguen a sus bolsillos”, opina el veterano analista político, ex editor de la BBC, Andrew Marr.
La madre de todas las batallas
La batalla presupuestaria será decisiva para la suerte a largo plazo. El gobierno, que anunció ambiciosas metas para el gasto, con aumentos en las partidas para salud, educación, defensa y vivienda, tiene que presentar en octubre su presupuesto anual con la película completa, es decir, cómo financiará estos proyectos. Entre portavoces del “mercado”, no hay grandes dudas sobre el camino a seguir. “Una combinación de aumento impositivo y reducción del gasto sería ideal para ganar la confianza del mercado.”, explica Simon Pittaway de la Resolution Foundation.
Es el dilema que enfrentó el laborismo al asumir hace un año. Este viernes, coincidiendo con el aniversario de la victoria electoral, se reanudó la campaña para un impuesto a la riqueza: “Wealth tax – Not more cuts”. Con una deuda pública de casi el 100% del PBI, el aumento impositivo es casi inevitable: el problema es si lo pagan los ricos y las corporaciones o el resto del pueblo, incluida la atribulada clase media.
Según el exlíder laborista Neil Kinnock, el gobierno ha tenido algunos notables avances opacados por la falta de una narrativa: aumento del salario mínimo, mejores condiciones laborales, una disminución de la lista de espera del servicio nacional de salud. “No ha sido un desastre, pero nos ha faltado una narrativa, una historia que trace un horizonte y explique las cosas que está haciendo el gobierno para alcanzar esos objetivos. El impuesto a la riqueza sería un gesto no solo fiscal sino político”, señaló Kinnock en el dominical The Observer.
Si las dificultades económicas y de los servicios públicos se explican por el lado del gasto excesivo debido a la inmigración y los “planeros”, la balanza se inclinará de un lado. Si se lo puede plantear desde un discurso donde predomine la redistribución y la justicia social y tributaria, el panorama es diferente. La dubitativa cautela de Starmer y Reeves no son un buen augurio: habrá que ver si este año de atribulada experiencia les sirve para encontrarle la salida al laberinto.